Anécdotas del nacimiento del Profeta Muhammad

Algunos hombres de la ciudad de Meca (la ciudad del Profeta Muhammad) fueron de viaje a Siria. En el camino se encontraron con un monje. Cuatro de estos mequíes decidieron parar un rato a hablar con el monje.

Muhammad

Al que se refería la sacerdotisa era al nieto aún por nacer de Abdel-Muttalib

En aquellos tiempos, los monjes vivían en sitios donde había muy poca gente para poder adorar a Allah. También eran gente que leía libros y conocía muchas historias. Muy pocos mequíes sabían leer. Lo único que conocían era el comercio y la diversión. Sabían que podrían escuchar historias interesantes y entretenidas del monje.

Después de hablar un rato, el monje les preguntó: “¿De dónde sois?” Respondieron: “Somos de Meca”. Entonces el monje les dijo: “Allah mandará un profeta a Meca pronto”.

Los cuatro hombres continuaron su viaje, pensando en las cosas que había dicho el monje. Cada uno de ellos deseaba que el profeta fuese su propio hijo.

Abdul-Muttalib estaba durmiendo en la Kaba. Tuvo un sueño extraño. Vio un árbol crecer hasta que llegaba al cielo. El árbol tenía ramas que se extendían hacia Oriente y Occidente. Parecía que una luz muy luminosa brillaba en el árbol. Abdul-Muttalib vio a los árabe y a los no-árabes postrándose ante el árbol. El árbol seguía haciéndose más grande, más alto y más luminoso. Entonces vio a alguna gente de Quraysh sujetando las ramas del árbol, mientras otros qurayshitas intentaban talar el árbol. Un joven muy bello les impidió que lo cortasen. Abdul-Muttalib se vio a sí mismo estrechando la mano para coger el árbol, pero no pudo alcanzarlo. Se despertó asustado de su sueño.

Abdul-Muttalib se sentó, pensando en el sueño y lo que significaba, pero no pudo encontrarle una explicación. A la mañana siguiente fue a la sacerdotisa de los Quraysh para pedirle que le explicase el sueño. Los árabes siempre pedían al sacerdote o la sacerdotisa la explicación de los sueños.

Cuando la sacerdotisa vio a Abdel-Muttalib, vio signos de preocupación en su cara, y preguntó: “¿Por qué pareces tan preocupado?” Abdul-Muttalib respondió: “Tuve un sueño que me asustó”, y le contó el sueño.

Cuando terminó, ella dijo: “Si tu sueño se hace realidad algún día, entonces uno de tus hijos controlará Oriente y Occidente. Todo el mundo le seguirá”.

Abdul-Muttalib estaba contento por lo que le había dicho la sacerdotisa. Más tarde, cuando vio a su hijo Abu Talib, le contó el sueño y lo que había dicho la sacerdotisa. Luego dijo a su hijo Abu Talib: “Espero que seas tú al que se refirió la sacerdotisa en su explicación”.

Pero al que se refería no era Abu Talib. Al que se refería la sacerdotisa era al nieto aún por nacer de Abdul-Muttalib. Abdul-Muttalib tenía un hijo llamado Abdullah que estaba casado con Amina, la hija de Wahb. Amina estaba esperando un hijo. Antes de que naciese, Abdullah había salido en una expedición comercial. Enfermó en el camino y murió. Abdullah nunca vio a su hijo.

Durante su embarazo, Amina no sintió dolor ni malestar. Siempre había escuchado a otras mujeres quejarse sobre las dificultades del embarazo, pero ella se sentía muy bien. Durante estos meses, Amina tuvo muchos sueños. Una noche, en un sueño, vio una luz salir de su interior. La luz brillaba en los castillos de Siria.

Otra noche, escuchó una voz en sus sueños. La voz decía: “Amina, llevas al hombre más grande del mundo. Cuando des a luz, dale el nombre de Muhammad, y no le cuentes a nadie este sueño”.

Amina se despertó y miró a su alrededor, pero no había nadie en la habitación. Intentó dormirse de nuevo pero seguía pensando en lo que había escuchado en el sueño.

Llegó el momento de que el hijo de Amina naciese. Dio a luz a un niño hermoso y puro. Ya que el padre del bebé había muerto hacía meses, Amina mandó la noticia al abuelo de su hijo, Abdul-Muttalib. Abdul-Muttalib estaba sentado en la Kaba cuando le llegó la noticia. Se deleitó. Fue hasta Amina y llevó al niño felizmente hasta la Kaba. Cuando llevó el bebé de vuelta, le dijo a Amina: “Le he llamado Quzm”.

Abdul-Muttalib tuvo un niño llamado Quzm pero había muerto cuando tenía nueve años. Ello entristeció mucho a Abdel-Muttalib. Así que cuando Amina dio a luz a un varón, Abdul-Muttalib quiso llamarle como al niño difunto.

Amina tuvo que decirle: “Se me ordenó en un sueño que le llamase Muhammad”. Abdul-Muttalib cogió al niño en brazos, le besó y dijo: “Espero que mi nieto, Muhammad, llegue a ser un gran hombre”.

En el séptimo día tras el nacimiento de Muhammad, Abdul-Muttalib ordenó sacrificar animales y pidió a la gente de Meca que viniese a la celebración. Cuando todo el mundo hubo comido, Abdul-Muttalib sacó a su nieto para enseñarlo a la gente. Todo el mundo dijo que era un hermoso bebé. La gente también sintió tristeza por el bebé porque era huérfano. Su padre había muerto sin poder verle.

Uno de los hombres preguntó a Abdul-Muttalib: “¿Cómo le has llamado?” Abdul-Muttalib respondió: “Le he llamado Muhammad”.

Otro hombre preguntó, sorprendido: “¿Por qué le has llamado Muhammad? Nadie de tu familia ni de tu gente jamás se llamó Muhammad”.

Abdul-Muttalib no quería revelar que se le había pedido a Amina en un sueño que lo llamase Muhammad. Así que dijo: “Quiero que Allah lo alabe en el Cielo y quiero que la gente lo alabe en la Tierra”. Cuando los visitantes se fueron, ninguno de ellos era consciente de que este bebé huérfano era el elegido para guiarles de las tinieblas a la luz. No sabían que era la respuesta a la súplica de Ibrahim en el día en que a Ibrahim se le ordenó construir la Kaba:

¡Señor nuestro! Envíales un mensajero que sea uno de ellos, para que les recite Tus aleyas (signos), les enseñe el Libro y la Sabiduría y les purifique. Es cierto que Tú eres el Poderoso, el Sabio. (Al-Baqara 2:128)

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