El profeta Noé – El Diluvio. 4/4

arca diluvio

Allah respondió la súplica de Nuh y mandó el Gran Diluvio. Se salvaron los que montaron en el Arca.

Tras la súplica del profeta Nuh (Noé) a Allah para que no dejara a ningún incrédulo sobre la faz de la tierra, la petición fue concedida y Allah envió el Gran Diluvio a la humanidad.

No quedó nada vivo en la Tierra excepto las criaturas de la nave. Es muy difícil imaginar la grandeza y el horror del Diluvio. Era horrible, una catástrofe increíble que mostraba la Cólera y el Poder Divinos. La embarcación de Noé seguía su rumbo luchando contra olas como montañas.

No sabemos cuánto duró el Diluvio. Un día Dios mandó al cielo que se despejara y a la Tierra que absorbiera el agua. Dispuso que la nave se posara sobre la montaña de Yudi. Noé mandó una paloma para que inspeccionara los alrededores. La paloma regresó llevando en el pico una rama de olivo. Noé comprendió que el Diluvio había terminado y que la Tierra se tranquilizaba.
Sí, había terminado el Diluvio y los días llenos de temor habían quedado atrás. A Noé le entristecía que su hijo no hubiera creído en Dios, lo había perdido. Abrió las manos y suplicó a Dios por su hijo:
— ¡Señor mío, Tú que eres el Grandísimo! Mi hijo era parte de mi familia. Lo que Tú prometes es verdad y eres el Soberano de los soberanos.
Dios había prometido proteger a la familia de Noé. Su hijo era de su familia también. Dios dijo:
— ¡Noé! Él no pertenecía a tu familia y sus actos no eran rectos. No creyó en Dios. Prefirió estar en las tinieblas de la desobediencia.

Sí, su hijo no podía pertenecer a su familia porque rechazó creer en Dios. Para pertenecer a su familia no eran suficientes los lazos de sangre, su hijo tenía que tener una relación de fe con su padre. La verdadera familia de Noé eran los creyentes.
Noé se arrepintió de sus expresiones y pensó que se había equivocado. Lloró, suplicó y pidió perdón días y días. Dios le perdonó y tuvo piedad de él.

Después, le mandó descargar todo lo que había en la nave. Noé dejó a los pájaros y el resto de animales en libertad. Desembarcó y se postró. La Tierra todavía estaba mojada. Tras el rezo, decidió construir una mezquita en la tierra y sin perder tiempo empezó a trabajar. Sería la primera mezquita en el mundo tras el Diluvio. Encendió el fuego y se sentaron todos alrededor del fuego. Estaba prohibido encender fuego en la nave porque una llama podía quemar toda la nave. Hacía varios días que nadie comía caliente. Prepararon comidas sobre el fuego, comieron, conversaron y se divirtieron.
Ya no temían. Hablaban en voz alta. Las sonrisas se convertían enrisas que iluminaban los rostros. Pero, no mucho antes, cuando estaban en la embarcación se callaban y guardaban horas del silencio más absoluto, un silencio sepulcral. La Majestad Divina durante el Diluvio les había enmudecido pero ahora tenían caras iluminadas. Así empezó una nueva vida en el mundo…
Corrieron los años… y un día Noé sintió que moriría muy pronto. Reunió a todos sus hijos y les dijo:

— ¡No abandonéis la obediencia a Dios!

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