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Las capas del “yo”.

Lago capas

Cuando crecemos solemos tender a poner capas para cubrir el “yo” original y tosco.

En el artículo anterios hablamos de la formación del yo, así como de la forma original de ese “yo” en la fase de la temprana infancia. Y vimos cómo el ser humano, en general, cuando se hace mayor, intenta encontrar un equilibrio entre ese material tosco que es la supuesta imagen de uno mismo a la que ha dado realidad absoluta, y los obstáculos del entorno social que le rodea donde la expresión ilimitada del ‘yo’ no es permisible ni tampoco posible.

Las capas que cubren el “yo” (nafs).

Pues bien, el resultado es que la imagen original de nosotros mismos se va cubriendo con una capa tras otra según las exigencias de las situaciones que vivimos. Pero nuestras vidas siguen siendo la interpretación de aquel primer patrón, de forma cada vez más refinada y en un escenario cada vez más amplio.

En aquellos casos en los que se ha dado rienda suelta a las inclinaciones de esta imagen primigenia, el individuo regresa a la forma infantil, como bien demuestra el caso del esquivo multimillonario Howard Hughes que se convirtió en un niño chico absolutamente tiránico cuyo único objetivo era la satisfacción de sus caprichos y de sus apetitos desbocados. A veces ocurre también en la vejez, cuando el anciano pierde el control de la máscara que ha llevado con gran éxito durante muchos años. Esta es la descripción ineludible de aquel que ha dado realidad absoluta a esta imagen adquirida de sí mismo. Y si esto fuera lo único que hay, no tendríamos más opción que ser esclavos de esas identidades autoimpuestas y nuestras vidas se emplearían sin remedio en la satisfacción de los deseos y apetitos de un chiquillo de dos años. Y la triste realidad es que éste es el destino de una proporción cada vez mayor de la raza humana.

Sin embargo, tal y como vimos en el artículo anterior, esta imagen de uno mismo no representa todo lo que hay. La realidad del ‘yo’ va más allá y es anterior, llegando a esa energía vital que ha precedido y suministrado la dinámica de su propia formación. La única manera de eludir un tipo de existencia autodestructiva y atrapada sin remedio en la búsqueda sin sentido de la incesante y esquiva gratificación de la forma infantil, es negarse a acatar su pretensión de realidad absoluta reconociendo, consciente y repetidamente, la fuerza vital que permitió su existencia.

Las leyes que mantienen todo en equilibrio

Si nos fijamos en los fenómenos de la existencia que se dan en el mundo exterior o en el funcionamiento de nuestro propio cuerpo, descubriremos que hay una serie de leyes claramente identificables que mantienen todo lo que existe en equilibrio y armonía. La inmensidad de las galaxias y la sobrecogedora belleza de las estrellas en sus constelaciones con sus estructuras y movimientos. El sistema solar y la maravillosa manera en la que los planetas siguen sus órbitas obedeciendo a un complejo sistema de fuerzas determinadas. La atmósfera terrestre y la forma en que provee las condiciones que exige la vida en la superficie del planeta. Los climas y la forma en que sostienen la vida animal y vegetal en zonas diferentes. Los bosques y los desiertos, cada uno con un sistema ecológico sutilmente equilibrado capaz de mantener todo lo necesario para su existencia continuada. Los diferentes organismos, cada uno con su propia e inexplicable belleza y su ciclo perfectamente equilibrado de crecimiento y decadencia. Nuestros propios cuerpos y la perfección de su coordinación. Los sentidos, cada uno con su propio ámbito de percepción. El sistema digestivo y su capacidad de extraer lo beneficioso y rechazar lo superfluo. El cerebro y su facultad de almacenar información disponible en el momento adecuado. El proceso natural de curación y la forma en la que el cuerpo corrige el posible desequilibrio.

Los ejemplos son infinitos y, sin embargo, las indicaciones son evidentes. Si nos fijamos en el universo en todo su conjunto, en un sistema determinado, en un organismo en particular o en la partícula subatómica más pequeña, es de sobra manifiesto que existe en funcionamiento una ley universal que se encarga del orden y el equilibrio en toda situación.

 

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