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Los profetas Zacarías y Juan (3/3)

Profeta Juan

La tumba de Juan se encuentra actualmente en la Mezquita Omeya, en la ciudad siria de Damasco

El profeta Juan llamaba al bien y a adorar a Dios

Un día, toda la gente fue al templo cuando oyó que el Profeta Juan iba a dar un sermón. El templo estaba lleno hasta rebosar. Juan empezó a hablar: “Nuestro Señor dio cinco órdenes:
Venerad a Dios rechazando los ídolos. El que adora algo o alguien que no sea Dios es como un esclavo que sirve a otro que no sea su señor. ¿Quién querría que nuestro esclavo sea así?
Realizad plegarias. Dios ve a sus esclavos que recitan plegarias. Haced las plegarias en tranquilidad.
Ayunad. El que ayuna es como una persona que lleva la fragancia de rosa y perfuma los alrededores.
Dad limosnas prescritas purificadoras y limosnas por amor de Dios. Pensad en un hombre que ha sido encarcelado por sus enemigos. Justo en el momento de su ejecución, el hombre les otorga todos sus bienes. Entonces, sus enemigos lo dejan en libertad. Así, las limosnas prescritas purificadoras y limosnas por amor de Dios libran al hombre de estar cautivo de los pecados.
Pronunciad el nombre de Dios el Grande y Sublime. Imaginad un hombre que huye de sus enemigos que quieren encarcelarlo. Él se refugia en un castillo y se salva de sus enemigos. El castillo más sólido es pronunciar la palabra de Dios. No hay más salvación que ese castillo”.

Juan es encarcelado

Al terminar de hablar el Profeta Juan descendió del púlpito y se fue al desierto. En el desierto había vastas dunas que se extendían hasta el horizonte. No había ningún ruido, tan sólo el susurro del viento, el susurro de las hojas de los árboles y los pasos de los animales salvajes en las montañas. El Profeta Juan hacía plegarias, pronunciaba los Nombres de Dios, suplicaba y lloraba por Dios.
En Jordania, en la cima de la montaña de Makirus hay un castillo como un nido de águila que fue testigo de uno de los asuntos más dolorosos de la Historia de la Humanidad. Los sucesos de allí pasaron a la historia como un lúgubre acontecimiento. Porque sobre las piedras del castillo de Makirus está la sangre que brotó del cuerpo del profeta Juan.
La congregación de la gente, al aceptar las palabras de Juan molestaba al gobernador de Palestina, Herodes, a los mandatarios de Roma y a algunos rabinos. Juan llamaba la gente a tener compasión, a igualdad y fraternidad y venerar a Dios, el Único. Herodes mandó que lo encarcelaran porque era una amenaza para su poder.
Juan fue encarcelado en ese castillo desolado desde el cual se apreciaba el Mar Muerto. Les permitieron a sus discípulos visitarle para que la gente no incitara a la subversión.

Herodes parecía un hombre piadoso pero practicaba todos los malos actos prohibidos por la religión. Un día, cuando fue a visitar a su hermano en Roma, se escaparon con la que sería su esposa, Herodia y su hija Salami, a Palestina. Pronto, se casaron Herodes y Herodia aunque la gente reaccionó mal y los rabinos hicieron objeciones pues Herodia era sobrina de Herodes. La mayor parte del tiempo Herodes lo pasaba en el castillo. En una parte del castillo de Makirus existía el entretenimiento y en la otra, la pena y el dolor.
Un día, Herodes ordenó que trajeran a Juan encadenado. Herodes quiso que Juan dijera que su matrimonio era lícito y permitido en la religión. Sin embargo, el Gran Profeta le respondió duramente: “¡Sepárate de ella! Vuestro matrimonio no es legal por la religión porque es tu sobrina e incluso es la esposa de tu hermano”.
Herodes no pudo decir nada. Temía de la grandiosidad de Juan. Lo expulsó de su presencia inmediatamente. Herodia estaba ciega de ira. Quiso que mataran y trajeran la cabeza de Juan. Pero Herodes temía la reacción de la gente. Desde ese día, Herodia pensaba solamente en asesinar al hombre que la había despreciado en público. Empezó a hacer planes para lograr lo que quería.
Una noche, para celebrar el cumpleaños de Herodes el castillo de Makirus estaba totalmente iluminado. Herodes quiso que Salomi, la hija de Herodia, que era célebre por sus bailes, bailara para él y prometió que la compensaría con todo lo que quisiera. Cuando Salomi hizo lo que quiso Herodes, él le preguntó:
— ¡Dime qué quieres!
Salomi miró a los ojos de su madre y dijo:
— ¡Quiero que me entreguen la cabeza de Juan en una bandeja de plata!
Herodes dijo asustado:
— ¡Pide lo que quieres pero no me pidas eso!
Herodes se asustó más. Los señores de Roma, los rabinos y los ricos de los israelitas que estaban en el salón le hicieron recordar su promesa. Poco después, el orgullo de Herodes venció todos los temores y dijo:
— ¡Traedme la cabeza de Juan!
Más tarde, en las murallas del castillo de Makirus corrieron las gotas de sangre de un Profeta. Mientras el Profeta Juan marchó con su Señor como su padre Zacarías hizo, los israelitas mataron a un Salvador y privaron a la humanidad de un Guía excelso.
Después del martirio de Juan, sus discípulos llevaron su cadáver a Damasco. La tumba de Juan se encuentra actualmente en la Mezquita Omeya, en la ciudad siria de Damasco.

Ibn Asakir, el historiador popular que escribió “La Historia de Damasco”, narra en su libro un asunto de Zaid Bin Vakid: “Cuando construían la Mezquita Omeya en Damasco, vi la cabeza de Juan. En la dirección de La Meca, lo sacaron debajo de una de las columnas al lado del púlpito. Su pelo y su piel no habían cambiado, igual que cuando murió como mártir”.

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