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Me hice musulmana por mi amor a Jesús

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Fue mi amor a Jesús y la creencia en un Dios único que no puede ser hombre lo que me llevó al Islam

Por: Catherine Houlihan

El amor me dio seguridad. La sinceridad me guió.

Nací con una curiosidad inquebrantable que siempre me ha hecho cuestionarlo todo, pero hay una cosa que nunca me cuestioné, la existencia y el poder de Dios. Mi madre a veces me recuerda que cuando era un niña pequeña mi respuesta a sus peticiones para que limpiara mi habitación o me cepillara los dientes a menudo eran: “¡No puedes decirme qué tengo hacer, sólo Dios puede decirme qué hacer!”. Y lo decía en serio, incluso a los cinco años.

Me crié en una familia irlandesa-católica; mi hogar se encuentra donde un Claddagh cuelga sobre la puerta, los sonidos del bodhran de mi madre o del violín resuenan en la sala de estar, y las preguntas son respondidas con otras preguntas de mi padre, que tuvo una educación jesuita.

Lo que ahora sé es esto: nunca pude aceptar completamente el catolicismo como mi creencia. Quería desesperadamente seguir y honrar a Dios y Jesús, pero no podía hacerlo de forma sincera siendo católica. Para mi sorpresa y durante el transcurso de 13 años, encontré que el Islam me brindaba la oportunidad de hacer ambas cosas.

Con el tiempo, con renuencia y fervor a partes iguales, aprendí que el Islam apoyaba mi creencia en formas que el catolicismo no podía. Esta es la historia de mi conversión.

Mis dudas me apuntaron hacia nuevas convicciones.

Examiné muchos detalles sobre la religión que había heredado, el catolicismo.

Primero, nunca pude creer que Jesús fuese Dios. Sí, mi amor a Jesús es sincero y creo que deberíamos buscar proactivamente las extraordinarias cualidades humanas que él poseía, pero a mis ojos, sólo hay un Dios, y un hombre nunca podría ser Dios.

En segundo lugar, no pude aceptar el concepto del pecado original (que los recién nacidos entran en este mundo con pecados que son perdonados a través del Sacramento del Bautismo). Percibía esto como un ritual de iniciación en el cristianismo; me parecía más político que espiritual.

Estas dudas hicieron que mis fundamentos como católica estuviesen en duda, pero sabía que nunca podría abandonar mi amor eterno por Dios y mi incesante admiración y amor a Jesús. Permanecí como católica mientras buscaba un lugar que me permitiese preservar lo que no quería abandonar y me diera claridad sobre lo que no podía aceptar.

Dónde estaba, no estaba segura. Pero realmente esperaba que existiera en alguna parte.

Santo Tomás Moro y Malcolm X me dieron el valor para buscar la verdad.

El santo patrón que elegí cuando era una católica adolescente fue Santo Tomás Moro. Su elección de la muerte antes de abandonar su fe -su lealtad a Dios, sigue siendo una inspiración invaluable para mí.

También me sentí inspirada por Malcolm X. En mi primer año de universidad, tuve contacto con el concepto de Islam por primera vez en la Autobiografía de Malcolm X. No fue la religión lo que me llamó la atención, sino la forma en que Malcolm X usaba el Islam para saciar su continua sed de verdad.

Si la lealtad perseverante a Dios de Santo Tomás Moro me inspiró a lo largo de mi infancia, fue la búsqueda inquebrantable de Malcolm X por la verdad lo que más me inspiró en la universidad. Se me hizo un poco más claro que si seguía buscando posiblemente podría encontrar una fuente para conectar con Dios y encontrar la verdad que estaba buscando.

Descubrí al Jesús del Islam en África Occidental.

Después de la universidad, fui de voluntaria con una ONG en África Occidental. Una tarde, estaba sentada afuera en el calor sofocante con un voluntario ghanés. Para evitar que me quemara el sol, me puse mi pashmina naranja preferida sobre la cabeza.

Entonces mi amigo dijo: “Te queda muy bien el hijab”.

“¿Eres musulmán?” Le pregunté. Él asintió con la cabeza, y con un poco de insistencia, me reveló que los musulmanes reconocen y honran a Jesús como un profeta. Ese detalle me llamó la atención y me hizo pensar: ¿Podría el Islam ser la fuente de claridad que buscaba? No estaba segura, y no estaba todavía lista para explorar esta posibilidad.

Me reubiqué bastante bien en la vida metropolitana de Miami. Pasaron los años. ¡La vida era tan fácil y tan divertida! Me sentía increíblemente bendecida, pero justo debajo de la superficie me encontraba muy sola y con demasiada frecuencia me quedaba dormida con lágrimas en los ojos y una creciente pesadez en mi corazón, así que me fui a mi padre para buscar guía. Me escuchó atentamente y me hizo una simple sugerencia: lee.

Cuando empecé a leer, el Islam me encontró.

Utilicé mi tiempo para explorar libros sobre filosofía, psicología, poesía y religión. Poco a poco comencé a gravitar hacia libros sobre el Islam. Cuanto más leía sobre el Islam, más me daba cuenta de que era más que un concepto hermoso, era una forma de vida.

Busqué a un mentor que pudiera mostrarme lo que esa vida implicaba, y finalmente encontré uno. Era una mujer con una carrera profesional, con un marido amoroso que la quería y apoyaba y dos hijos increíbles, y, lo más importante, tenía un amor insaciable por el Islam. Era la clase de mujer a la que yo aspiraba ser.

Nos reunimos semanalmente. Me contaba historias sobre el Profeta Muhammad y sus compañeros más cercanos, reiteró la creencia del Islam en la profecía de Jesús y la negación del pecado original. Me enseñó cómo hacer la oración y me dio mi más querida copia del Corán.

Entonces, mi mentor me dejó una serie en CD llamada Purificación del Corazón por Shaykh Hamza Yusuf. Escuchaba estos CDs diariamente, conectaba profundamente con sus mensajes, y sentía increíbles reverberaciones en mi corazón cuando el Shaij recitaba pasajes del Corán en árabe. Incluso sentí las mismas reverberaciones en mi corazón cuando recité el primer capítulo del Corán, sílaba por sílaba. Mientras escuchaba y practicaba mi árabe, sentía como se fortalecía mi comunicación con Dios.

Mientras hacía la oración y ayunaba durante mi primer Ramadán, sentí una magnífica cercanía a una esencia que nunca había encontrado antes, y nutrir conscientemente esa esencia me llenaba de inmensa felicidad. Fue en esos momentos en lo que me sentí más conectada a mí misma; fue en esos momentos en los que me sentí más conectada con Dios. Entonces supe que estaba dispuesta a aceptar el Islam como mi creencia.

A través de la tremenda gracia de Dios y la tenaz planificación de mi mentor, el día 27 de Ramadán de 2016, me encontré sentada junto al erudito cuyas palabras, tanto en inglés como en árabe, transformaron mi corazón en musulmán: Shaykh Hamza Yusuf. Él me guió a través de mi Testimonio de creencia, que fueron las palabras más sinceras que nunca había dicho.

Yo nerviosamente repetía sus palabras. Luego, me preguntó si había sido criada como cristiana. Dije que de hecho lo había sido, como católica. Él respondió pidiéndome que repitiese estas palabras: “Wa Ash’hadu Ana Issa Rasulullah Wa Kaleematahu. Wa Mariem Sadiqqah … Yo testifico que Jesús es un mensajero de Dios y su logos y que María es su justa sierva”.

Mi corazón brillaba en esos momentos. Desde que tengo memoria había buscado un lugar en el que me sintiera como en casa, y cuando me senté al lado de Shaykh Hamza Yusuf, me di cuenta de que finalmente lo había encontrado dentro del Islam.

Ha pasado más de una década desde que conocí por primera vez al Islam, mi verdadero camino.

Lo que me dio seguridad entonces, todavía lo hace ahora. La única diferencia es que ahora tengo un lugar que me permite honrar mi pasado, mientras sigo buscando las verdades de nuestras fuentes más importantes.

Como musulmana de ascendencia irlandesa-católica, no estoy muy segura de dónde encajo en este momento. Pero en las primeras horas de la mañana, justo antes del amanecer, y mientras hago la oración sola, frente a la bahía de Miami Biscayne, me siento como en casa. Para mí, eso es todo lo que importa en este momento.

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