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Fri, 22 Nov 2024

La separación entre la causa y el efecto

Originally posted 2019-01-07 05:32:35.

causa cuchillo

Allah es el que hace que el cuchillo corte. Y así, con el resto de causas y efectos.

Allah es el que hace que todo ocurra

En un artículo reciente, titulado “La primera shahada: no hay más dios que Allah“, dijimos que todo lo que ocurre se debe sólo a Allah. Y se citaron algunas aleyas del Corán afirmando esta realidad. Dijimos que es Allah el que hace que caiga la lluvia; Él hace que crezcan las plantas. Él hace que el vuelo de los pájaros y los aviones sea posible. Allah es Quien nos cura de la enfermedad, hace que el cuchillo corte y que el fuego caliente.

Se nos enseña que las causas secundarias son las que hacen que ocurran las cosas

El problema de nuestro tiempo es que, desde la edad más temprana, se nos inculca justo lo contrario. Tras la famosa declaración de Francis Bacon, “Dios sólo actúa en la naturaleza a través de causas secundarias”, la verdad teológica se separó de la científica, y la profundidad con la que la visión del materialismo científico ha penetrado en la consciencia humana no debe ser subestimada. Y se hace a lo largo de toda una vida en la que nos vemos bombardeados por un incesante proceso de adoctrinamiento. En el así llamado ‘mundo real’, lo Divino no interviene para nada, ya que se nos dice que las causas secundarias son las que hacen que ocurran las cosas.

Según esta opinión, el viento y la lluvia suceden por cambios en la presión en la atmósfera y los ciclos climáticos; la causa del crecimiento de las plantas es el ciclo del nitrógeno; el poder volar tiene que ver con la ciencia de la aerodinámica; nuestro nacimiento depende de la concepción y el proceso de la gestación; la enfermedad se cura gracias a la ciencia de la medicina. Y nosotros no estamos negando que ocurran estos procesos. Por supuesto que lo hacen. Pero no son el motivo, no son la causa de cosa alguna. Según la visión que presenta el Corán, no existe una conexión real entre la causa y el efecto. Los efectos coinciden con las causas, pero éstas no son los que lo producen. Tanto la causa como el efecto son creaciones Divinas y son manifestaciones del Poder Divino. La causa aparente carece por completo de toda efectividad inherente.

Este divorcio entre causa y efecto –que implica que no es lo que comes lo que mitiga tu hambre, no es lo que bebes lo que apaga tu sed, no son las ropas lo que te calienta ni la medicina lo que te hace sentir mejor– nos parece, al menos al principio, que carece de sentido. Decirlo parece absurdo. Pero no siempre ha sido así.
Cuando la verdad teológica, en vez de la científica, era la base de la visión de la mayoría de la gente, tal y como ocurría hasta finales del siglo XVIII, y a pesar de que la experiencia cotidiana hacía que se atribuyesen efectos a las causas que los precedían, existía una comprensión intelectual que afirmaba que esta conexión sólo era aparente, y que el agente real que intervenía en los procesos, era una manifestación del Poder Divino. Esta era la opinión de personas extremadamente inteligentes en la Europa anterior al fin del siglo XVIII. El filósofo empírico George Berkeley, por ejemplo, se destacaba por su elocuencia al hablar de este tema.

Este debate sobre la conexión entre causa y efecto es crucial en este contexto del primer pilar del Islam, porque la declaración de que no hay más dios que Allah implica que nada ocurre sin la intervención directa del Poder y la Voluntad Divinas y que, en consecuencia, las causas no son las que producen los efectos subsecuentes. La razón de que en nuestra época sea imposible comprender esta visión de manera auténtica, se remonta a la revolución científica del siglo XVII cuyo resultado es que la gente viese el mundo en que vivía de forma completamente diferente. Antes de ese punto, los seres humanos se veían viviendo en el centro del universo, con el sol y la luna girando en torno suyo, mientras que por encima estaban las esferas celestes de la actividad angélica; y todo esto, bajo el poder englobador del Trono de Dios, Cuya Mano movía y dirigía toda la existencia.

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