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Miguel Servet

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Miguel Servet fue un teólogo contrario al trinitarismo

Miguel Servet nació en Villanueva, en la España de 1511. Hijo de un juez de esta localidad, vivió en una época de malestar en la Iglesia establecida y en un período en el que se cuestionaba la naturaleza del Cristianismo. En 1517, cuando Servet tenía seis años, Martín Lutero dio comienzo a su revuelta en contra de la Iglesia Católica. Lutero fue excomulgado y se convirtió en el líder de la nueva y reformada religión “protestante”. Este movimiento, al que hoy se conoce con el nombre de “La Reforma”, se propagó como un fuego incontrolado, e incluso los que no estaban de acuerdo con Lutero se vieron obligados a tenerlo en consideración. Además de este conflicto, Servet tenía otro más cerca de casa: las buenas relaciones del pasado entre cristianos y musulmanes se habían deteriorado por el resultado de las Cruzadas, que habían fomentado la ira contra los musulmanes de España. La Inquisición Española se propuso convertir al catolicismo romano a todos los que no eran cristianos. Cualquier relajo en la práctica de los ritos externos de la Iglesia era causa inmediata de un severo castigo, o de incluso la muerte.

Conforme crecía en edad y conocimiento, aumentaba la consternación del joven Servet ante tal derramamiento de sangre. En España había gran número de musulmanes y algunos judíos para ese entonces la mayor parte de los judíos habían sido matados o expulsados tanto de España como de Portugal y la única manera que tenían de librarse de la espada era la afirmación pública de la fe católica romana, la admisión de la fórmula de la Trinidad, la aceptación del bautismo y vivir desde entonces como cristianos Trinitarios.

Al examinar la Biblia con detalle, Servet descubrió que la Doctrina de la Trinidad no aparecía por ningún lado como parte de las enseñanzas de la misma. Luego descubrió que la Biblia no siempre respaldaba lo que estaba siendo enseñado o practicado por los representantes de la Iglesia establecida. Servet tenía sólo veinte años cuando decidió dar a conocer la verdad que había descubierto, puesto que el resultado de este descubrimiento era que si los cristianos aceptaban la existencia de un Dios único, se pondría fin a la causa de las disensiones entre cristianos y musulmanes y las dos comunidades podrían vivir en paz a partir de entonces.

Este joven sensible pero inexperto, con la imaginación llena de entusiasmo, pensó que este objetivo sería fácil de conseguir con la ayuda de los dirigentes de la Reforma, los cuales, al fin y al cabo, se habían separado de la Iglesia Católica Romana. Las nuevas Iglesias Protestantes se harían Unitarias, pensaba Servet, y con su ayuda, los cristianos, musulmanes y judíos podrían vivir juntos y en paz. Sería entonces posible tener un mundo tolerante basado en un Dios único, el “Padre” de la familia del género humano.

Servet era demasiado joven para entender que los líderes de la Reforma estaban todavía atrapados en la misma falsa metafísica en la que estaban los católicos romanos. Pronto descubrió que tanto Lutero como Calvino no querían saber nada sobre la creencia en la Unidad Divina. Temían que la Reforma llegara demasiado lejos. Habían abolido un cierto número de ceremonias practicadas por la Iglesia Católica y habían rechazado la autoridad del Papa, pero temían redescubrir la enseñanza original de Jesús puesto que con ello habrían aumentado las dificultades de los reformistas además de disminuir su poder y su reputación. Puede que quizás no se dieran cuenta de lo mucho que las prácticas de los católicos romanos se habían desviado de la forma de vida de Jesús. La verdad es que los reformistas hicieron todo lo posible para mantener la religión reformada dentro del marco de la ortodoxia católica.

Las creencias de Servet constituían una amenaza para ambas organizaciones, la antigua y la nueva, dado que su autoridad dependía de las mismas fuentes paulinas. La llamada que Servet dirigió a los Reformistas sólo sirvió para que éstos unieran sus fuerzas con los católicos romanos a fin de proteger sus intereses comunes. Desgraciadamente, el joven Servet fue incapaz de darse cuenta de la situación.

Servet había depositado todas sus esperanzas en los líderes de la Reforma al estar convencido de que el catolicismo romano no era la religión de Jesús. Sus estudios le habían confirmado la creencia en un Dios Único y en Jesús como uno de Sus Profetas. Sus convicciones se reafirmaron cuando fue testigo de la coronación de Carlos 1 de España a manos del Papa.

En 1527 d.C., Carlos 1 invadió y saqueó Roma e hizo encarcelar al Papa. Luego vio la conveniencia de tener al Papa como aliado más que como enemigo. Un Papa cautivo apenas podría influir en la gente de la manera que Carlos 1 quería, así que, hasta cierto punto, le devolvió la libertad. Para demostrar las buenas relaciones entre ambos, Carlos 1 decidió que el mismo Papa fuese quien le coronara. Desde un punto de vista formal, esto no era necesario. Era algo así como celebrar el matrimonio por la Iglesia después de haberlo hecho por lo civil. Los predecesores del rey que rechazaban totalmente estar sometidos a la autoridad de la Iglesia habían abandonado esta práctica, pero Carlos 1 se sentía lo suficientemente poderoso, y el Papa demasiado débil, como para atreverse a revivificar la ceremonia.

La coronación no tuvo lugar en Roma sino en Bolonia ya que, según una de las doctrinas de la Iglesia, “donde está el Papa, está Roma Servet fue testigo del espléndido espectáculo que le llenó de repugnancia con respecto a la Iglesia Católica. Al describir el acontecimiento, Servet escribe:

“Y vi con mis propios ojos (al Papa) llevado con toda pompa sobre los hombros de los príncipes, haciendo con su mano la señal de la cruz y siendo adorado en las calles por una gente que se arrodillaba hasta tal punto que los que eran capaces de besar sus pies o sus zapatos se creían más afortunados que los demás y presumían de haber obtenido muchas indulgencias; y que por ello los tormentos del infierno no los tocarían durante muchos años. ¡Oh la más vil de las bestias, la más descarada de las rameras!”.

Así fue como Servet depositó sus esperanzas en los líderes de la Reforma. Estaba seguro de que si podía hacerles ver el error de la Doctrina de la Trinidad, éstos abandonarían la creencia en este dogma. La equivocación iba a costarle la vida.

Servet abandonó España y se trasladó a Tolouse donde estudió medicina y obtuvo el título de licenciado en esta ciencia en el año 1534. Durante los años siguientes practicó diligentemente su especialidad pero, durante todo este tiempo, su interés primordial era el restablecimiento del Cristianismo en su forma más pura. No permanecía mucho tiempo en un mismo lugar, sino que viajaba de un lado a otro buscando gente lo suficientemente abierta como para escuchar lo que él creía era el Cristianismo verdadero enseñado por Jesús.

Servet fue a Basilea para encontrarse con el renombrado Oeclompadius, uno de los líderes de la Reforma. Tuvieron varias reuniones en las que el tema principal era la doble naturaleza de Jesús. Servet negaba la creencia que afirmaba que Jesús existía antes de la creación del mundo. Para demostrarlo apuntaba que los Profetas judíos hablaban siempre del “Mesías” en tiempo futuro. Servet pronto descubrió que sus ideas no eran aceptadas por los protestantes suizos y abandonó Basilea en el año 1530.

Este rechazo produjo gran consternación en un Servet que esperaba que, a diferencia de lo que ocurría en Francia, los Protestantes escucharían con paciencia su exposición sobre Jesús y su enseñanza. Se trasladó a Estrasburgo pero descubrió que no podía ganarse la vida en esa ciudad. Al no saber alemán no podía ejercer la medicina, por lo que se vio obligado a trasladarse a Lyon.

Al poco tiempo de abandonar España, Servet inició una larga correspondencia con Calvino sin obtener resultados favorables; Calvino no estaba realmente interesado en personificar las enseñanzas de Jesús sino más bien en seguir siendo el líder de su movimiento.

Al fracasar todos sus intentos de influir en las personas mediante el contacto personal, Servet decidió publicar sus opiniones en un libro que tituló “Los Errores de la Trinidad”. Se publicó en el año 1531. En ese mismo ano publicó otro libro titulado “Dos Diálogos sobre la Trinidad”. Los dos textos causaron una tremenda conmoción en Europa. No se recordaba a nadie capaz de tal atrevimiento. El resultado fue que la Iglesia persiguió a Servet sin tregua ni descanso. Cambió su nombre pero no sus opiniones. A partir del año 1532 y hasta la hora de su muerte tuvo que vivir con un nombre ficticio.

Servet parecía seguir teniendo una fe casi infantil en Calvino quien, una vez leídos los libros, comenzó a tener una profunda aversión por este joven presuntuoso que pretendía enseñarle teología. Servet siguió escribiendo a Calvino cuya ira aumentaba al comprobar que Servet insistía en rechazar sus opiniones. Los líderes del movimiento Protestante temían las posibles represalias producidas cuando la opinión pública conociera las ideas del joven entusiasta. Los reformistas temían también que aumentara la persecución por parte de la Iglesia Católica si la doctrina Protestante se apartaba demasiado de la norma Católica Romana.

Así fue como Servet, en vez de convencer a los Protestantes de sus opiniones, hizo que éstos abrazaran con más fuerza todavía el dogma de la Trinidad. Sirva como ejemplo el que Lutero le condenara públicamente en el año 1539.

Durante todo este tiempo Servet continuó ejerciendo como médico, llegando incluso a ser muy conocido. A pesar de que la profesión de médico exige dedicación plena, Servet tuvo tiempo todavía >ara supervisar la publicación de la Biblia. Se publicó por fin en el año 1540. En la misma Servet escribió un prefacio donde cuestionaba si un texto de la Escritura podía tener más de un significado. Calvino contestó afirmando que sí era posible, pero Servet no compartía su opinión. Servet declaró que seguía las opiniones de los primeros apóstoles que pertenecían a la escuela cristiana de Antioquía. Hoy en día la Iglesia Calvinista acepta el mismo principio de interpretación que Calvino calificó como una de las mayores ofensas cometidas por Servet contra la ortodoxia vigente.

Es un alivio descubrir que en el punto más álgido de esta amarga controversia, Servet lograra encontrar refugio en casa de su viejo amigo Peter Palmier, que era en esa época el Arzobispo Católico Romano de Viena. Servet vivió en esta casa durante trece años, con total libertad para practicar la medicina e incrementando su fama como médico. Fue una de las primeras personas en Europa que escribió acerca del principio de la circulación de la sangre en el cuerpo. Escribió también un libro sobre geografía.

A pesar de sus logros literarios, las cuestiones relacionadas con el Cristianismo ocupaban el centro de su atención. Siguió escribiendo a Calvino, confiando todavía en poder ganarlo para su causa, pero Calvino rechazaba con firmeza las creencias que Servet exponía en sus cartas. Servet rehusó admitir la obiter dicta promulgada por Calvino, que en aquella época estaba considerado como el pensador más brillante de la religión protestante y que se sentía totalmente justificado a la hora de expresar el disgusto que le causaba Servet al atreverse a desafiar sus dictámenes en cuestiones de religión, pero Servet a su vez no admitía a Calvino como autoridad indiscutible. Calvino respondía iracundo y Servet lo hacía lleno de sarcasmo. Servet escribió un nuevo libro titulado “La Restauración del Cristianismo” y envió una copia del manuscrito a Calvino antes de la publicación. Cuando por fin salió a la luz, se descubrió que el libro tenía siete capítulos, el primero y el último de los cuales se ocupaban por entero de las doctrinas del Cristianismo. El capítulo quinto contenía las copias de las treinta cartas que se habían intercambiado Servet y Calvino. Lo que se traslucía en este capítulo, es que por muchos que fueran los méritos poseídos por Calvino, le faltaba lo que se llama la mansedumbre cristiana. El libro hizo que Servet fuera condenado de nuevo tanto por la Iglesia Católica como por la Protestante. Ambas unieron sus esfuerzos para que el libro fuera destruido por completo, y hasta tal punto fueron concienzudas en su esfuerzo, que sólo dos copias han llegado hasta nuestros días. En el año 1791 se publicó una edición facsímil, pero las copias fueron de nuevo destruidas.

En una carta escrita en el año 1546, Calvino amenazó a Servet declarando que si alguna vez iba a Ginebra no le dejaría salir con vida de la ciudad. Parece que Servet no tomó en serio la amenaza, pero Calvino cumplía las promesas. Cuando Servet fue a Ginebra a entrevistarse con Calvino, pensando todavía que era posible entenderse, Calvino hizo que los católicos romanos lo arrestaran y encarcelaran acusado de herejía.

Servet había alcanzado tal prestigio como médico que logró escapar de la prisión con la ayuda de algunos antiguos pacientes. Decidió entonces ir a Nápoles, pero el camino pasaba por la ciudad de Ginebra. Pensó disfrazarse convenientemente para evitar ser descubierto, pero se equivocó de lleno. Al pasar por la ciudad fue reconocido y encarcelado otra vez. Esta vez no pudo escapar. Fue juzgado y condenado por hereje. Parte de la sentencia decía lo siguiente:

“Servet confiesa que en su libro llama a los que creen en la Trinidad: Trinitarios y Ateos. Dice que esta Trinidad es un monstruo diabólico con tres cabezas… Del bautismo de los niños afirma que es una invención del demonio y es una práctica de brujería… Todo esto ocasiona la muerte y la ruina de muchas almas. Más aún: ha escrito una carta a uno de los pastores en la que, además de muchas blasfemias, declara que nuestra religión carece de fe y no tiene Dios, y que en lugar de Dios tenemos un Cancerbero de tres cabezas. Este tribunal dice, dirigiéndose a Servet, que no habéis tenido vergüenza ni horror a enfrentaros a la Majestad Divina de la Sagrada Trinidad y que, con toda la obstinación posible, habéis intentado infectar el mundo con vuestro veneno herético y ponzoñoso… Por estas y otras razones queremos curar a la Iglesia de Dios de esta infección y seccionar el miembro gangrenado… En este momento y por escrito, emitimos la sentencia definitiva y os condenamos, Miguel Servet, a ser encadenado y llevado a la Capilla donde se os atará a un poste y seréis quemado hasta ser reducido a cenizas junto con vuestros libros. Así pondréis fin a vuestros días y serviréis de ejemplo a los que cometan faltas similares”.

El 26 de Octubre de 1553, Servet fue encadenado al tronco de un árbol de forma que sus pies apenas tocaban el suelo. Sobre su cabeza se colocó una corona de paja y hojas secas espolvoreada con azufre. Apiladas alrededor de las piernas se pusieron haces de leña mezclados con ramas de roble aún verdes y con hojas. El cuerpo estaba sujeto al tronco con una cadena de hierro, y una cuerda alrededor del cuello inmovilizaba la cabeza. Se prendió fuego al montón de leña. El fuego le hacía sufrir enormemente, pero no llegaba a quemarle por entero. Al verlo, algunos de los espectadores se apiadaron de él y añadieron más leña para acabar cuanto antes el tormento. Según cuenta uno de los testigos, Servet estuvo retorciéndose de dolor durante más de dos horas antes de morir. Antes de encender la pira le habían atado a la cintura una copia del libro “Los Errores de la Trinidad”. Se cuenta que alguien logró salvar el libro que todavía existe medio quemado en algún lugar.

Celso cuenta que la fortaleza mostrada por Servet en el tormento hizo que muchos meditaran sobre sus propias creencias. Calvino se quejó de que hubiera tanta gente honrando y reverenciando la memoria de Servet. Castillo, uno de los seguidores de Servet, dijo: “Quemar a un hombre no significa demostrar una doctrina”. Años después, los habitantes de Ginebra decidieron rendir homenaje a la memoria de Servet erigiendo una estatua, no a Calvino, sino al hombre que fue quemado vivo, acto del que Calvino fue responsable. Cowper, como tributo a Servet, escribió lo siguiente:

“Vivieron en el anonimato

Hasta que la persecución los llevó a la fama  Y los alzaron hasta el cielo.

Sus cenizas volaron

Aunque el mármol no nos dice dónde.

Con sus nombres

No hay bardo que embalsame y santifique su canción.  Y la historia, que es tan cálida  en temas inferiores

Permanece fría ante estos hechos”.

La muerte de Servet no fue un caso aislado en absoluto. Estos sucesos eran comunes en la Europa de la época, tal y como indica el siguiente pasaje de la obra de Motley “Crecimiento y Desarrollo de la República Holandesa”:

“El 15 de febrero de 1568, una sentencia del Santo Tribunal condenaba a muerte por herejes a todos los habitantes de Holanda. De esta maldición universal sólo se salvaban unas pocas personas nombradas a dedo. Diez días más tarde, un decreto del Rey Felipe 11 de España confirmaba el juicio de la Inquisición y ordenaba su inmediata ejecución… Tres millones de personas, hombres, mujeres y niños, fueron sentenciados al patíbulo en filas de tres. Con el nuevo decreto, las ejecuciones no disminuyeron sino todo lo contrario. Personas de las condiciones más humildes y más elevadas eran llevadas a la hoguera cada día y cada hora. Alba, en una concisa carta a Felipe 11, calculaba fríamente el número de ejecuciones listas para ser llevadas a cabo inmediatamente después de la Semana Santa en unas “ochocientas cabezas”.

He aquí algunos extractos de “Los Errores de la Trinidad”, el libro que costó la vida a Servet:

“Los filósofos han inventado un tercer ser aparte, totalmente distinto a los otros dos y al que llaman Tercera Persona, o Espíritu Santo; y así es como han inventado una Trinidad imaginaria, tres seres en una sola naturaleza. Pero en realidad se trata de tres Dioses, o un Dios triple, que tratan de imponernos bajo la pretensión y en nombre de la Unidad… Para ellos parece muy fácil, tomando las palabras en su sentido más estricto, admitir la existencia de tres seres que dicen ser simple y realmente distintos; pero dicen que uno nace del otro, y cada uno procede del aliento del otro, y sin embargo los tres están encerrados en un mismo recipiente. Como no estoy dispuesto a hacer mal uso de la palabra Personas, los denominaré el primer ser, el segundo ser y el tercer ser, ya que en las Escrituras no encuentro otra forma de llamarlos… Al admitir a estos tres seres, que en su lenguaje particular llaman Personas, admiten también una pluralidad de seres, una pluralidad de entidades, una pluralidad de esencias, una pluralidad de substancias, y si tomamos la palabra Dios en su sentido más estricto, acabarán por tener una pluralidad de dioses”.

Servet continúa diciendo:

“Si es este el caso, ¿por qué entonces se culpa a los Tritoritas, que afirman la existencia de tres dioses? Ellos también han inventado tres dioses o uno que es triple. Estos dioses triples forman una sustancia compuesta. Y aunque hay, algunos que no utilicen esta palabra insinuando con ello que los tres han sido unidos, lo que sí hacen es usar una palabra que indica que están constituidos juntos y que Dios está constituido de tres seres. Está claro en consecuencia que son Tritoritas y que lo que nos dan es un Dios triple. Nosotros mientras tanto, nos hemos convertido en ateos, en gente sin Dios. Puesto que cuando intentamos pensar sobre Dios nos encontramos con tres fantasmas y ya no nos queda el menor atisbo de Unidad. ¿Qué otra cosa es estar sin Dios sino el no poder pensar en Él cuando está siempre presente en nuestra comprensión una confusión obsesiva causada por tres seres, una confusión que nos engaña al suponer que estamos pensando sobre Dios … ? Los que esto afirman parecen vivir en otro mundo en el que sueñan estas cosas; mientras tanto, el reino de los cielos no sabe nada de estas insensateces; y cuando las Escrituras hablan del Espíritu Santo, lo hacen de una manera que éstos no conocen”.

Y luego añade:

“¡Sólo Dios sabe la irrisión que ha causado entre los musulmanes esta tradición de la Trinidad! Los judíos tampoco quieren sumarse a este capricho nuestro y se ríen de nuestra locura con respecto a la Trinidad; y a causa de las blasfemias que contiene ni siquiera creen que se trate del Mesías prometido en su Ley. Y no sólo se burlan de nosotros los musulmanes y los hebreos, sino que las mismas bestias de los campos se reirían de nosotros si entendieran nuestros desvaríos, ya que todos los trabajadores del Señor bendicen al Dios único… Esta plaga devastadora, en consecuencia, ha sido añadida y sobre impuesta, como si dijéramos, sobre los nuevos dioses que han venido recientemente y que nuestros padres no adoraban. Esta plaga de la filosofía la trajeron los griegos, puesto que de entre todos los hombres ellos son los más dados a la filosofía; y nosotros, fascinados con sus discursos, nos hemos convertido en filósofos, mientras que los griegos jamás ha entendido los pasajes de las Escrituras que citan con respecto a estas cuestiones”.

Servet insiste en la verdadera naturaleza de Jesús:

“Algunos se escandalizan de que llame profeta a Cristo porque ellos no le aplican el epíteto; les ha dado por pensar que a los que hacemos ésto se nos puede acusar de Judaísmo y Mahometanismo, sin tener en cuenta que las Escrituras y los escritores más antiguos lo llaman el Profeta”.

Miguel Servet fue uno de los críticos más valientes de la Iglesia establecida de su época. Ello le valió el ser quemado en la hoguera por los Católicos ayudados por los Protestantes. Servet aunaba en su persona lo mejor del Renacimiento y de la Reforma y se acercó mucho a la encarnación del ideal de su época, el “hombre universal” dotado de conocimiento “pansófico”. Era un experto en temas tales como la medicina, la geografía, la erudición Bíblica y la teología. La diversidad de su conocimiento daba a Servet una amplitud de miras que estaba negada a personas menos educadas que él. Es posible que el episodio más importante de su vida fuera la confrontación con Calvino. No cabe duda de que se trataba de un conflicto personal, pero al mismo tiempo era más que eso: era también el rechazo de una Reforma que estaba dispuesta a cambiar la forma pero no el contenido de una Iglesia decadente. Esto le costó la vida; pero aunque está muerto, su creencia en la Unidad Divina aún perdura entre nosotros. Hay muchos que todavía lo consideran el “fundador del Unitarismo moderno”.

* * * * *

No todos los que compartían las ideas de Servet tuvieron el mismo destino, como demuestra la siguiente carta escrita por Adam Neuser, uno de sus contemporáneos. La carta estaba dirigida al Sultán Selim II, dirigente de los musulmanes de Constantinopla. La carta forma parte de “Antiquities Palatinae”, y se conserva en los archivos de la ciudad de Heidelberg.

“Yo, Adam Neuser, un cristiano nacido en Alemania y promovido a la dignidad de sacerdote de las gentes de Heidelberg, ciudad donde se encuentran las personas de mayor conocimiento de la Alemania de hoy en día, pido refugio a su majestad con absoluta sumisión, cosa que os pido por amor a Dios y a vuestro Profeta, sobre él la paz; os pido me admitáis como uno de vuestros súbditos y como parte de la gente que cree en Dios. Por la gracia del Dios Omnipotente yo puedo ver, saber y creer con todo mi corazón, que vuestra doctrina y vuestra religión son puras, claras y aceptadas por Dios. Estoy también firmemente convencido de que mi alejamiento de los cristianos idólatras hará que muchas personas de importancia abracen vuestra creencia y vuestra religión, especialmente porque se da el caso de que las personas más eruditas y más importantes de entre ellos, comparten mi misma opinión, tema del que informaré a su majestad personalmente. Por lo que a mí respecta, soy ciertamente uno de esos que menciona el Al Corán en la azora XIII: ‘Los cristianos muestran mejor voluntad que los judíos; y cuando sus sacerdotes y obispos, siempre y cuando no sean imprudentes y llenos de opiniones personales, comprendan los mandamientos ordenados por el Profeta de Dios, reconozcan la verdad y digan con lágrimas en los Ojos: ¡Oh Dios! Esperamos desde lo más profundo de nuestros corazones que, dado que creemos en las mismas cosas que cree la buena gente, hagas que nosotros también entremos en la comunión, ¿por qué no iríamos a creer nosotros en Dios y en aquél (Muhammad) que se nos ha hecho manifiesto por la Verdad?

¡Ciertamente, oh Emperador! Yo soy uno de los que lee el Al Corán con alegría. Yo soy uno de los que quieren ser parte de vuestra gente y da testimonio ante Dios de que la Doctrina de vuestro Profeta, sobre él la paz de Dios, es de una certeza sin duda alguna. Por este motivo, suplico a su majestad por el amor a Dios y a vuestro Profeta, que tengáis a bien escucharme y así saber de qué manera el Dios de la Misericordia me ha revelado esta Verdad.

Pero antes que nada su majestad debe saber que no recurro a vuestra protección como acostumbran algunos cristianos que, debido a sus transgresiones, robos, crímenes o adulterios no pueden estar a salvo entre la gente de su misma religión. Puesto que yo había decidido hace más de un año pediros asilo, habiendo incluso llegado en mi camino hasta la villa de Presburgo; mas al no poder entender la lengua húngara, no pude seguir adelante viéndome obligado a volver a mi país, cosa que no me habría atrevido hacer si huyera por alguna ofensa cometida. Más aún: no hay nada ni nadie que me obligue a abrazar vuestra religión; ¿Quién podría hacerlo si soy un desconocido para la gente y es tan grande la distancia que me separa de ellos?

Su majestad tampoco debe contarme entre el número de cristianos que al ser conquistados y hechos prisioneros por vuestros súbditos, abrazan vuestra religión; pero lo hacen sin buena voluntad y en cuanto se presenta la ocasión se escapan y renuncian a la fe verdadera. En consecuencia suplico de nuevo a Su majestad preste atención a lo que tengo que decir para así ser informado de los acontecimientos que me llevan a solicitar asilo en sus dominios.

Al ser ascendido al cargo de sacerdote en la renombrada Universidad de Heidelberg por el Elector Palatino, que junto con el Emperador es el príncipe más poderoso de Alemania, comencé a reflexionar con gravedad acerca de las diversas disensiones y divisiones que existen en nuestra religión cristiana: puesto que en ella parece haber tantas opiniones y sentimientos como personas la profesan. Empecé haciendo abstracción de todos los doctores e intérpretes de las Escrituras que han escrito y predicado desde los días del Profeta Jesucristo. Me quedé solamente con los mandamientos de Moisés y con el Evangelio. Luego me dirigí a Dios desde mi fuero interno con el mayor celo religioso y Le supliqué me enseñara el camino correcto para no caer en el peligro de la desviación tanto en mi caso como en el de mis feligreses. El favor de Dios hizo que me mostrara los “Artículos de la Invocación del Dios único”; basado en el Artículo 1, escribí un libro en el que demuestro que la doctrina de Jesucristo no afirmó jamás que él fuera Dios, cosa que los cristianos declaran con toda falsedad, sino que hay un sólo Dios que no tiene junto a Él hijo consubstancial. He dedicado este libro a su majestad y estoy seguro de que no hay entre los cristianos persona capaz de refutarlo. ¿Por qué razón debería yo asociar a Dios otro dios similar a Él? Moisés lo había prohibido y Jesucristo nunca lo enseñó. Después de esto, y acrecentando mis fuerzas por la gracia de Dios, y comprendiendo que los cristianos abusan de los bienes que trajo Jesucristo, como antes los judíos habían abusado de la serpiente dorada, llegué a la conclusión de que ya no queda nada puro entre los cristianos y que todo lo que tienen está falseado. Puesto que han pervertido con sus falsas interpretaciones casi todos los escritos de Moisés y el Evangelio, todo lo cual he demostrado en un libro que he escrito y que mostraré a su Majestad. Cuando digo que los cristianos han falseado y corrompido los mandamientos de Moisés y el Evangelio, me estoy refiriendo a las palabras y al sentido de las mismas. Puesto que las doctrinas de Moisés, Jesús y Muhammad están de acuerdo en todo y no hay discrepancias entre ellas… El Al Corán habla con gran respeto de Moisés y de Jesucristo. Pero insiste principalmente en cómo los cristianos han corrompido los mandamientos de Moisés y el Evangelio de Jesucristo con sus falsas interpretaciones. Si la Palabra de Dios fuera interpretada de forma fidedigna no habría diferencias entre judíos, cristianos y turcos. Así pues, lo que el Al Corán repite tan a menudo es totalmente cierto. La doctrina de Muhammad destruye todas las falsas interpretaciones de las Escrituras y enseña el sentido verdadero de la Palabra de Dios…

Después de esto, y siempre por la gracia de Dios, comprendí que había un solo Dios, observé que la doctrina de Jesucristo no estaba siendo enseñada como debería serlo y que todas las ceremonias de los cristianos diferían mucho de las primeras tradiciones. Comencé a pensar que yo era la única persona en el mundo que pensaba de esta manera. No conocía el Al Corán y entre nosotros los cristianos había un enorme interés por propagar informes escandalosos e infames contra todo aquello relacionado con la doctrina de Muhammad hasta tal punto es así que las pobres gentes a las que se les hace creer estas cosas, como muchas otras cosas, son presas del pánico y huyen despavoridas ante la mera mención del Al Corán. No obstante, y gracias al poder de la Divina Providencia, el Al Corán por fin cayó en mis manos, hecho que agradezco a Dios profundamente. Digo que se lo agradezco a Dios, y Él sabe que en todas mis oraciones Le pido por su majestad y por todos sus súbditos. A partir de entonces busqué todas las maneras de impartir el conocimiento de estas verdades a mis feligreses; y si se daba el caso de no haber interés por esta doctrina, decidiría pedir la excedencia de mi puesto a los que me habían elegido y exiliarme en vuestros dominios. Empecé a atacar mediante la discusión en todas las iglesias y escuelas algunos de los puntos de nuestra doctrina y por fin conseguí lo que quería: llevar las cosas hasta tal punto que pronto se supo en todos los Estados del Imperio y algunos eruditos se pasaron a mi bando. El Elector (temiendo una invasión del Emperador Maximiliano) me depuso de mi cargo…”.

La carta cayó en manos del Emperador Maximiliano. Neuser y sus amigos fueron arrestados; entre ellos se encontraban dos hombres llamados Silvano y Matías Vehe. Todos fueron encarcelados. El 15 de julio de 1570 Neuser logró escapar, pero fue detenido poco tiempo después. Se escapó una segunda vez y de nuevo fue arrestado. El juicio duró dos años y en él se decidió decapitar a Silvano. En ese momento Neuser escapó de nuevo. Esta vez logró llegar a Constantinopla y allí abrazó el Islam.

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