En 622 d. C. el Profeta Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) y la mayoría de la comunidad musulmana, emigraron de Meca a Medina. En aquella época, Medina era conocida como Yazrib. No era tanto una ciudad sino una serie de fortalezas y bastiones donde varias facciones políticas estaban unidas por tenues alianzas. Medina estaba gobernada por dos grandes tribus árabes, los Jazray y los Aws.
Un grupo de influyentes líderes invitó al Profeta Muhammad y a sus seguidores a Medina. Cuando el Profeta Muhammad llegó allí, la mayoría de los clanes judíos estaban preocupados. Durante este tiempo, algunos de los judíos de Medina aceptaron el Islam, de los cuales el más famoso fue Abdullah Ibn Salam, un reconocido y respetado rabino y erudito religioso.
Husain Ibn Salam, como se le conocía entonces, era conocido por ser un hombre religioso, dedicado al estudio y la meditación. También trabajaba en su pequeña plantación de dátiles, pero organizaba su tiempo de modo tal que su estudio y devoción religiosa siempre tenían prioridad. Estudió la Torá en detalle, aunque los registros históricos parecen indicar que el estudio del Talmud tuvo un papel muy pequeño en el Judaísmo de la Península Arábiga en esa época.
Sin embargo, a causa de su estudio, Husain era consciente de los versículos de la Tora que mencionan a un Profeta que completaría el mensaje de todos los profetas anteriores. Cuando escuchó acerca de un hombre en Meca que proclamaba ser ese Profeta, el Mensajero de Dios, se interesó en ello al instante.
En tradiciones auténticas y en la traducción de las propias palabras de Husain /Abdullah, encontramos el siguiente pasaje: “Cuando me enteré de la aparición del Mensajero de Dios, comencé a hacer averiguaciones acerca de su nombre, su genealogía, sus características, su época y lugar, y comencé a comparar dicha información con lo que se encuentra en nuestros libros. A partir de estas pesquisas, me convencí de la autenticidad de su Profecía, y afirmé la veracidad de su misión”.
Durante algún tiempo, quizás años, Husain Ibn Salam continuó estudiando su escritura y escuchando noticias del Profeta Muhammad. En el año 622 d. C., corrieron emisarios por las calles de Medina anunciando que el Mensajero de Dios estaba en Quba, a poca distancia de allí. Las historias relatan que Husain estaba en su plantación de dátiles, en lo alto de una palmera. Cuando escuchó la noticia, gritó “Allahu Akbar” (Dios es el más grande). Su anciana tía pudo escuchar la emoción en su voz y lo regañó diciéndole que no estaría más emocionado si Moisés mismo estuviera a punto de entrar a la ciudad.
Estas palabras fueron correctas, pues Husain Ibn Abdullah era de la opinión de que Muhammad era el hermano de Moisés, ya que ambos fueron profetas. Sin dudarlo, Husain se unió a las multitudes que abarrotaban las calles, esperando conocer y saludar al Profeta Muhammad. Husain relata que se metió a empujones en la multitud con el anhelo de estar cerca del hombre por el que había estado esperando. Las primeras palabras que Husain escuchó de labios del Profeta Muhammad fueron: “¡Oh, gentes! Difundid la paz… Compartid la comida… Rezad durante la noche mientras otros duermen… y entraréis en paz al Paraíso…[1]”
Husain miró en los ojos del Profeta de Dios, examinó su rostro y dijo con absoluta certeza: “No hay divinidad merecedora de adoración excepto Allah, y Muhammad es el Mensajero de Allah”. Al oír las palabras que salían espontáneamente de los labios de este hombre, el Profeta se volvió hacia él y le preguntó con voz gentil pero firme: “¿Cómo te llamas?” Husain le respondió: “Husain Ibn Salam”. “A partir de este día”, le dijo el Profeta Muhammad, “serás conocido como Abdullah Ibn Salam”.
El conocimiento de la Tora de Abdullah Ibn Salam lo llevó al Islam
En la ciudad nueva de Medina, las relaciones entre todas las filiaciones políticas eran tensas. El tejido social se mantenía unido por alianzas tribales y políticas y cualquier cambio amenazaba con sumir a la zona en el caos. El advenimiento del Islam fue ese cambio. El Profeta Muhammad y sus seguidores fueron invitados a trasladarse a Yazrib (ahora conocida como Medina), asumiendo el Profeta Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) el liderazgo de la zona. Las habilidades diplomáticas del Profeta y su confiabilidad eran reconocidas y admiradas; pero algunos grupos, en especial ciertos grupos judíos, no querían ningún cambio en sus débiles pero rentables alianzas. Este era el panorama político medinense, y a esta mezcla llegó Abdullah Ibn Salam.
Abdullah Ibn Salam estaba emocionado de estar en compañía del Profeta Muhammad. Pasó tanto tiempo como le fue posible con él, haciéndole preguntas, hablando del Islam y del judaísmo y disfrutando de la compañía del hombre que la Tora había predicho hacía mucho tiempo. Abdullah Ibn Salam deseaba fervientemente que su pueblo aceptara el Islam como su religión y a Muhammad como su Profeta; sin embargo, temía la forma en que reaccionarían si les informaba de su conversión. Ibn Salam era conocido entre los judíos por ser un hombre recto y bien educado, y discutió su problema con el Profeta Muhammad; ambos se pusieron de acuerdo en un plan. Un día, estando en compañía de los ancianos judíos respetados de Medina, el Profeta Muhammad les preguntó acerca de sus pensamientos y opiniones acerca del carácter de Ibn Salam. Ellos respondieron que “él es el mejor de nosotros, el hijo del mejor de nosotros; el más sabio y el hijo del más sabio”[2]. El Profeta Muhammad les preguntó entonces qué opinarían si Ibn Salam aprendiera acerca del Islam y lo aceptara. Los judíos reaccionaron con horror. “¡El nunca haría semejante cosa!”, gritaron. En ese momento, Ibn Salam entró en la habitación y declaró su conversión al Islam. Los judíos reaccionaron airadamente, pero Ibn Salam sabía que los libros revelados judíos habían predicho la llegada del Profeta Muhammad.
Aunque las alianzas eran tenues, todas las facciones políticas en Medina, al menos al comienzo, aceptaron el liderazgo del Profeta Muhammad. Incluso le remitían a él asuntos de la ley religiosa. En una ocasión, cuando un grupo de judíos le pidió al Profeta que dictara sentencia sobre una pareja adúltera, él preguntó de inmediato cuál era la norma al respecto en la Torá. Ellos le contestaron: “Hacemos pública su mala acción y los azotamos”.
Ibn Salam sabía que el castigo correcto era lapidarlos, e insistió en que fuera utilizada la propia Tora para confirmar sus palabras. Una copia de la Tora fue presentada ante ellos, de modo que quedó en evidencia que se había dado deliberadamente una respuesta errónea para engañar al Profeta. Abdullah Ibn Salam señaló los pasajes correctos que fueron ocultados hábilmente bajo la mano del hombre judío que sostenía el pergamino. El castigo en la Tora era la lapidación, Ibn Salam leyó los pasajes correctos y el Profeta Muhammad ordenó que esta regla fuera confirmada.
Abdullah Ibn Salam amaba estar en compañía del Profeta Muhammad. Le dedicó tanto tiempo como le fue posible y disfrutó de sus charlas y su compañía. Se dedicó al Corán y a menudo se le encontraba en la mezquita rezando, aprendiendo y enseñando. Era conocido entre los musulmanes como un maestro efectivo y dedicado, y su círculo de estudios era popular y concurrido. Abdullah Ibn Salam también era conocido entre los musulmanes de Medina como un hombre destinado al Paraíso. Entre las tradiciones auténticas del Profeta Muhammad está una historia que explica por qué Abdullah Ibn Salam era considerado como parte de la gente del Paraíso.
Qais Bin `Abbad dijo: «Estaba en la mezquita, cuando un hombre cuyo rostro mostraba signos de humildad llegó a rezar. La gente dijo: `Este hombre es uno de la gente del Paraíso’. Cuando se fue, lo seguí y hablé con él. Le dije: `Cuando entraste a la mezquita, la gente dijo que eras de la gente del Paraíso’. Me dijo: ‘¡Todas las alabanzas son para Dios! Nadie debe decir algo que está fuera de su conocimiento. Te diré por qué ellos dicen eso. Tuve un sueño en vida del Mensajero de Dios y se lo conté a él. Vi que estaba en un jardín verde –y describió las plantas y los espacios de ese jardín– y allí había un poste de hierro en la mitad del jardín fijado en la tierra, y su extremo alcanzaba el cielo. En la punta tenía un mango, y se me dijo que subiera por el poste. Dije: “No puedo”. Entonces vino un ayudante y levantó mi bata por detrás, y me dijo: “Sube”. Ascendí hasta que alcancé el mango y él me dijo: “Agarra el mango”. Desperté del sueño con el mango en mi mano. Fui con el Mensajero de Dios y le conté el sueño, y me dijo: “El jardín representa el Islam, el poste representa el pilar del Islam, y el mango representa el asidero más seguro. Seguirás siendo musulmán hasta que mueras”’»[3].
[1] At-Tirmidi e Ibn Máyah.
[2] Sahih Al Bujari.
[3] Imam Ahmad.