Originally posted 2018-11-16 12:34:25.
Estamos en el mes de Rabi’ Al Awwal
Nos encontramos en un mes bendecido, un mes en el que Allah ha favorecido a la humanidad enviando al que ha sido y es una misericordia para todos los mundos, un mes en el que llegó a este mundo el mejor ser humano que jamás ha habido sobre la faz de la Tierra, un mes en el que nació el hombre que cambió el curso de la historia, el hombre que separó la verdad de la falsedad, el hombre que con su ejemplo y comportamiento iluminó el mundo, el hombre que fue enviado para perfeccionar las nobles cualidades de carácter y conducta.
Este hombre, el último de los Profetas, el sello de los Mensajeros, es Muhammad Ibn Abdullah, que Allah le bendiga y le dé paz.
Algunas de las cualidades del Profeta Muhammad, la paz sea con él.
Era un hombre de temperamento amable y de hermosos modales, que nunca insultaba y no despreciaba al pobre ni al enfermo. Honraba la nobleza y elogiaba el buen carácter, atendía a todos por igual, fueran de la condición que fuesen, fueran ricos o pobres, nobles o esclavos, ancianos o niños; no se humillaba ante la riqueza ni ante el poder, y a todos los que acudían a él los llamaba a la adoración de Allah.
Era siempre el primero en saludar a quien se encontraba, incluso a sus enemigos más acérrimos. Era el primero en dar la mano y el último en retirarla. Era paciente con todos los que acudían a él en busca de consejo o ayuda, sin que le importara la ignorancia de los incultos o la tosquedad de los maleducados.
En cierta ocasión, un beduino que acudió a él con una petición, le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rio y dio al hombre lo que pedía.
Tenía tiempo para todos
Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban, siempre estaba dispuesto a atender a quien lo requiriera. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio o extender su capa para que se sentaran en ella y, si rehusaban, insistía hasta que aceptaban.
Prestaba a cada invitado, a cada compañero, una atención absoluta de tal manera que todos sin excepción se sentían los más honrados. De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía y contentaba. Los errores de sus Compañeros no eran mencionados; al contrario, los ocultaba y nunca culpaba o amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sola vez, ni siquiera para preguntarle por qué había hecho algo o por qué no lo había hecho. Este era Muhammad Ibn ‘Abdullah, que Allah le bendiga y le dé paz.
El Mensajero de Allah no tenía ambiciones por este mundo
El Mensajero de Allah era un hombre sencillo sin ambiciones por dunia y sus placeres: le ofrecieron grandes riquezas, poder, mujeres, todo aquello que pudiera desear con tal de que dejara de llamar a la gente a Allah, y él lo rechazó todo. No le movía la riqueza, no le movía este mundo, no le movían los placeres pasajeros, lo que movía su corazón era el amor a Allah; por eso nunca se enfadaba por sí mismo o por asuntos personales de este mundo, pero cuando se irritaba por algo relacionado con Allah, cuando se pasaban los límites de Allah, nada se interponía en su camino.
Era un hombre que amaba la cercanía de sus Compañeros
Amaba a sus Compañeros y amaba su compañía. Cuando no estaban, preguntaba por ellos; cuando enfermaban, iba a visitarlos, por muy lejos que estuvieran, y disfrutaba enormemente escuchando buenas palabras acerca de ellos. Se esforzaba por hacerles fáciles las cosas, pedía por ellos, los escuchaba, les prestaba atención, atendía todas sus necesidades y constantemente los animaba, elevaba sus anhelos y ambiciones, les llamaba y guiaba hacia lo correcto, hacia la bondad y hacia el buen trato y cortesía.
Era un hombre de excelente trato con sus mujeres, el de mejor trato hacia ellas. Era bondadoso y generoso, las ayudaba en todo lo que podía, se preocupaba por ellas, compartía algunas de las tareas del hogar, les dedicaba su tiempo y atención; no se enfadaba cuando alguna de ellas cometía algo incorrecto, las perdonaba y olvidaba, pues en su noble corazón no había lugar para el odio y el rencor hacia sus enemigos, ¿cómo iba a haberlo, pues, con sus esposas?