El Mensajero de Allah fue el más grande de los maestros
Muhammad fue el hombre que cambió el curso de la historia, el hombre que separó la verdad de la falsedad, el hombre que, con su enseñanza, que estaba basada en su ejemplo y comportamiento iluminó el mundo, el hombre que fue enviado para perfeccionar las nobles cualidades de carácter y conducta. Este hombre, el último de los Profetas, el sello de los Mensajeros, es Muhammad Ibn Abdullah, que Allah le bendiga y le dé paz.
Este hombre es el modelo, el ejemplo a imitar, puesto que fue el último de los mensajeros.
Algunas de las cualidades del Profeta
Era un hombre de temperamento amable y de hermosos modales, que nunca insultaba y no despreciaba al pobre ni al enfermo. Honraba la nobleza y elogiaba el buen carácter, atendía a todos por igual, fueran de la condición que fuesen, fueran ricos o pobres, nobles o esclavos, ancianos o niños; no se humillaba ante la riqueza ni ante el poder, y a todos los que acudían a él los llamaba a la adoración de Allah.
Era siempre el primero en saludar a quien se encontraba, incluso a sus enemigos más acérrimos. Era el primero en dar la mano y el último en retirarla. Era paciente con todos los que acudían a él en busca de consejo o ayuda, sin que le importara la ignorancia de los incultos o la tosquedad de los maleducados. En cierta ocasión, un beduino que acudió a él con una petición, le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rio y dio al hombre lo que pedía.
Su humildad
Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban, siempre estaba dispuesto a atender a quien lo necesitara. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio o extender su capa para que se sentaran en ella y, si rehusaban, insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado, a cada compañero, una atención absoluta de tal manera que todos sin excepción se sentían los más honrados. De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía y contentaba. Los errores de sus Compañeros no eran mencionados; al contrario, los ocultaba y nunca culpaba o amonestaba a nadie.
Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sola vez, ni siquiera para preguntarle porqué había hecho algo o porqué no lo había hecho. Este era Muhammad Ibn ‘Abdullah, la paz sea con él.
Su desapego
El Mensajero de Allah era un hombre sencillo sin ambiciones por este mundo (Dunia) y sus placeres: le ofrecieron grandes riquezas, poder, mujeres, todo aquello que pudiera desear con tal de que dejara de llamar a la gente a Allah, y él lo rechazó todo. No le movía la riqueza, no le movía este mundo, no le movían los placeres pasajeros, lo que movía su corazón era el amor a Allah; por eso nunca se enfadaba por sí mismo o por asuntos personales de este mundo, pero cuando se irritaba por algo relacionado con Allah, cuando se pasaban los límites de Allah, nada se interponía en su camino.
Era un hombre que amaba la cercanía de sus Compañeros, amaba a sus Compañeros y amaba su compañía. Cuando no estaban, preguntaba por ellos; cuando enfermaban, iba a visitarlos, por muy lejos que estuvieran, y disfrutaba enormemente escuchando buenas palabras acerca de ellos. Se esforzaba por hacerles fáciles las cosas, pedía por ellos, les escuchaba, les prestaba atención, atendía todas sus necesidades y constantemente les animaba, elevaba sus anhelos y ambiciones, les llamaba y guiaba hacia lo correcto, hacia la bondad y hacia el buen trato y cortesía.
Era un hombre de excelente trato con sus mujeres, el de mejor trato hacia ellas. Era bondadoso y generoso, las ayudaba en todo lo que podía, se preocupaba por ellas, compartía algunas de las tareas del hogar, les dedicaba su tiempo y atención; no se enfadaba cuando alguna de ellas cometía algo incorrecto, las perdonaba y olvidaba, pues en su noble corazón no había lugar para el odio y el rencor hacia sus enemigos, ¿cómo iba a haberlo, pues, con sus esposas?
Su generosidad
Era un hombre tremendamente generoso, hasta tal punto que cuando le pedían algo nunca decía que no. En cierta ocasión, a un beduino que insistía en pedirle más y más, siguió dándole ovejas hasta que llenaron un valle entre dos montes. El hombre quedó anonadado y cuando volvió a su gente les dijo: “Aceptad el Islam, pues Muhammad da sin temor a la pobreza”. Nunca se iba a la cama hasta que todo el dinero de su casa había sido distribuido entre los pobres y necesitados. Solía preguntar a la gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él a pedirle y les daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con sus pocas posesiones, era de generoso consigo mismo, dando sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón y un excelente amor. Este es el Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad Ibn ‘Abdullah.
El ejemplo a seguir
El Profeta, Muhammad ha sido, es y será el ejemplo perfecto para los seres humanos, para todo aquello que podamos imaginar y concebir. Lo es en nuestras relaciones entre nosotros, con nuestras esposas, con nuestros amigos, con nuestros enemigos, con los cercanos y los lejanos, con los mayores y los pequeños, con los hombres y las mujeres, y por encima de todo, es un ejemplo en nuestra relación con Allah.
El Profeta como maestro
Él nos ha enseñado cómo y cuándo purificarnos, cómo y cuándo postrarnos ante Allah, cómo y cuándo ayunar, cómo y cuándo dar. Nos ha enseñado cómo acercarnos a Allah y nos ha advertido de todo aquello que puede alejarnos de Él, exaltado sea. Él dirigía la oración con sus Compañeros; y en la soledad e intimidad de su hogar, se levantaba para hacer la oración por la noche, hasta tal punto que sus pies se hinchaban y agrietaban del esfuerzo; y cuando fue preguntado por qué lo hacía, respondió: “¿Acaso no he de ser un siervo agradecido?”.
Y todo esto lo hacía de tal manera, con tal amor y misericordia, que los que le trataban, por muy enemigos que fueran, no podían más que admirarle.
Los Compañeros le amaban
Sus Compañeros le amaban de tal manera que lo anteponían a sus propias familias, posesiones e incluso a sí mismos. Por eso, no dudaban a la hora de sacrificar sus vidas y posesiones por él, por eso Abu Bakr no dudó en poner su pie en el agujero de una serpiente, aunque le mordiera ‒que le mordió‒, con tal de que no se despertase Muhammad, que estaba durmiendo junto a él; por eso, ‘Ali no dudó en acostarse en su cama, a pesar de saber que los Quraish entrarían a asesinarle durante la noche; por eso, cuando una mujer perdió a su marido, su hermano, su padre y su hijo en una de las batallas, a pesar del dolor que ello le producía, nada le importó, excepto que su Amado Profeta estuviera bien; por eso, cuando los Quraish apresaron a Zaid Ibn Dazinnah e iban a acabar con su vida, en el último momento, antes de cortarle la cabeza, le preguntaron: “Oh Zaid, ¿no preferirías que Muhammad estuviera ahora en tu lugar para cortarle la cabeza y tu estar tranquilamente con tu familia?”. ¿Qué respondió este noble Compañero, quien había sido testigo del amor y la misericordia del Mensajero de Allah? Dijo: “Por Allah, que no desearía que Muhammad, estando en el lugar en que esté ahora mismo, se viera afectado por la molestia de una espina mientras yo estoy tranquilamente con mi familia”.
Hace más de mil cuatrocientos años, esa luz, esa misericordia, esa bondad, ese amor, surgió de la Meca y se extendió por el oriente y el occidente de la Tierra, iluminando los corazones y los rostros de la gente. Esa es la luz que poseen los que siguen la Sunna del Sello de los Profetas, el último de los Mensajeros, Muhammad, que Allah le dé Su gracia y paz.