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El profeta Yunus (Jonás)

Yunus Jonás pez

Jonás quedó asombrado cuando vio que estaba en el estómago de una ballena.

La historia del profeta Yunus

Job (Ayyub) tuvo su lugar en la historia como “el Profeta de la Paciencia”. Se había salvado de su grave enfermedad gracias a su paciencia. Y la salvación de la difícil situación en la que se encontraba Jonás fue gracias a sus súplicas. El Corán cuando le menciona a veces usa el nombre de Jonás y otras veces “Dhu’n-Nûn” o sea “el dueño de los peces”.

Fue uno de los profetas elegidos con gran cuidado por Dios. Vivía en una zona llamada Ninova y ahí daba buenos consejos a su gente. Les advertía de la gravedad del Día del Juicio Final; les hablaba de la vida maravillosa que les esperaba en el Jardín a los que siguieran la guía profética. Les llamaba a adorar únicamente a Allah. Pero todo fue en vano… nadie le creía.

Los años pasaron…

Jonás [en el Corán es nombrado Yunus] persistía en su misión como profeta, pero su gente seguía sin creerle. Hizo todo para convencerlos y al final se dio cuenta de que ninguno de ellos lo iban a creer. Le dolía mucho ver el rechazo de su gente.

Jonás se acordó de los profetas anteriores a él y de su gente insistente en la incredulidad. Dios, como siempre, al cabo de un tiempo arruinaba a estas gentes. Pensó en la gente de Noé, de Salih y de Hûd. Todos se rebelaron contra Dios e insistieron en su blasfemia. Y el fin de todos ellos fue horroroso. Pensó que le podría pasar lo mismo a su gente también. La ira divina los podía castigar en cualquier momento. Pensó que ya había terminado su misión y por eso decidió abandonar la ciudad.

Mientras abandonaba la ciudad sin mirar atrás, se desencadenaba una vorágine de sentimientos en su interior. Estaba enfadado y triste. Pretendía ir a otra ciudad en un barco cuando llegara a la costa. Quizá en otros lugares podría encontrar a personas que le creyeran. Jonás también pensaba que la Voluntad Divina le indicaba eso. Sin embargo, Dios no le había dado la orden de abandonar la ciudad; debió haber esperado hasta recibirla.

El sol avanzaba hacia el horizonte, hacia el oeste. El barco en el que Jonás iba a viajar se había anclado en un pequeño puerto. Mientras esperaba la hora de salida del barco, vio un pequeño pez que no sabía adónde ir entre las olas que golpeaban las rocas. Intentaba escaparse, pero no podía conseguirlo. Al final el pequeño pez se murió. Al ver esa escena Jonás se sintió muy mal. Se dijo: “Si hubiera estado con otro pez más grande a lo mejor se podría haber salvado”.

Después pensó en su propia situación. ¡Cómo pudo abandonar a su gente! Ellos lo necesitaban. Se acordó de su obstinación. Se puso muy triste y empezó a llorar. Había preparado su fin con sus propias manos.
Yunus sube a bordo del barco
Cuando llegó la hora, subió a bordo del barco. Cuando el capitán vio el mal estado de Jonás, tuvo miedo de que a lo mejor pudiera ser un delincuente fugitivo. Sólo para impedirle el viaje le dijo un precio mucho más alto de lo normal para los billetes. Jonás pagó el precio porque quería irse… alejarse del país y de su gente.

En un sitio oculto del mar, mientras el barco de Jonás seguía su viaje, se desencadenó una tempestad. Las gigantescas olas golpeaban al barco con toda su fuerza. El barco estaba a la deriva. Al poco tiempo las olas rompieron los mástiles y las velas del barco. El mar furioso arrastraba todo lo que se ponía delante de él, no tenía compasión alguna. El capitán gritó: “Nunca he visto una tormenta así de intempestiva. Es obvio que hay un pecador entre nosotros y esa tormenta es por su culpa. Para encontrarlo vamos a echar a suertes quién se va; vamos a arrojar por la borda al que salga elegido”.

Esa era una tradición que tenían los marineros. No era muy lógico, pero se hacía en aquellos días. El nombre de Jonás estaba en la lista. Lo hicieron otra vez y de nuevo salió su nombre. La tradición era así, lo hacían tres veces y el hombre cuyo nombre salía tres veces se arrojaba al mar. Cuando lo hicieron por tercera vez otra vez salió el nombre de Jonás. Las profundas miradas llenas de duda le estaban abarcando como una camisa de fuego. Le palpitaba el corazón con fuerza al escuchar por tercera vez de la boca del capitán su nombre.

Cuando lo llevaron a la borda del barco para tirarlo al mar, Jonás se dio cuenta de su error, no debió abandonar su país sin el permiso claro de Dios. Jonás miró a las gigantescas olas que sobresalían por encima de la madera, la noche era muy oscura. En el cielo no había luna ni estrellas; estaba envuelto en nubes oscuras. Solamente había un mar sin fin y frío, nada más. Entre los truenos y el sonido de las olas se escuchó la voz del capitán: “¡Oh forastero! Salta al mar, ¡venga!” Y Jonás saltó al mar.

Justo en ese momento Dios les ordenó a los grandes peces subir a la superficie del mar. Una enorme ballena lo vio luchando con las olas y sonrió. Dios le había mandado la cena. Se dirigió hacia Jonás y se lo tragó de un bocado. Poco después, complacido por haber comido, volvió a las profundidades del mar.

Jonás quedó asombrado cuando vio que estaba en el estómago de una ballena… el pez se encontraba en las profundidades del mar y el mar estaba en medio de toda oscuridad.

Tres mundos oscuros… La oscuridad interior del pez… La oscuridad de las profundidades del mar… La oscuridad de la noche…

Jonás pensó que se había muerto. Intentó mover sus manos; sí, podía moverlas. Estaba vivo, no había fallecido, pero estaba preso en las oscuridades. No había ningún remedio para salvarse de ahí. Solamente existía Dios, Quien había creado y enviado la ballena, el mar y la noche. Y Él era suficiente para todo.

Jonás empezó a llorar y a invocar el nombre de Allah, primero con el corazón después con la boca. En el estómago de la bhacía eco su voz… “¡Oh Dios! ¡No hay más deidad que Tú! Tú estás libre de toda falta. ¡El más Elevado, el más Grande y el más Hermoso eres Tú! Yo me equivoqué, ¡perdóname!”

¡Qué voz tan maravillosa era la que subía del estómago del pez! Jonás estaba tumbado de espaldas dentro de éste. A pesar de eso no dejó de suplicarle a Dios. Poco después, el pez se cansó de ir boca abajo y se zambulló, se tumbó de espaldas y se quedó dormido.

Jonás no dejó de rezar. No paraban sus lágrimas ni sus lamentos. Decía: “Dios mío, me equivoqué, perdóname”. No comía ni bebía y tampoco se movía. La única cosa que se le movía era el corazón y la lengua. Ayunaba. Y su única comida era el arrepentimiento, las lágrimas y sus súplicas que se elevaban desde las profundidades del mar al cielo.

Poco después, los peces, las algas y el resto de seres vivos que se encontraban en el mar escucharon su voz. Cuando llegaron a la fuente de la voz no se lo pudieron creer. La voz venía del interior del pez que estaba ahí tumbado. Todos los peces se reunieron y empezaron a decir el nombre de Dios todos juntos.

El pez que había tragado a Yunus se despertó con esas voces. ¡Qué escena más maravillosa! Como si hubiera una fiesta en las profundidades del mar. Todos los peces, los corales y las algas se habían reunido y estaban elogiando a Dios al unísono como en una orquesta perfecta.

Al principio no pudo entender lo que pasaba. Pero cuando escuchó la voz que subía de su estómago, se dio cuenta de que había tragado a un profeta y se asustó. Después se dijo a sí mismo: “¿Por qué he de tener miedo? Me lo ordenó Dios, Él sabe lo que hace” y él también participó del conjunto.

No sabemos cuánto tiempo se quedó Jonás en el vientre del pez. La única cosa que sabemos es que durante el tiempo que permaneció ahí, no dejó de repetir: “¡Oh Dios! ¡No hay más deidad que Tú! Tú estás libre de toda falta. ¡El más Elevado, el más Grande y el más Hermoso eres Tú! Yo me equivoqué, ¡perdóname!”

Jonás había probado que era sincero en su arrepentimiento. Todos los seres tanto en la Tierra como en el Cielo aprendieron de él cómo arrepentirse sinceramente. Después, Dios le ordenó al pez que subiera a la superficie y que dejara a Jonás en una costa antes determinada. El pez cumplió la Orden Divina.

Cuando Jonás se despertó, se encontró en la orilla de una isla. Le dolía todo el cuerpo por el ácido del estómago del pez. Estaba indispuesto. Poco después, salió el Sol. Cuando los rayos del Sol le tocaron el cuerpo, sentía un dolor horrible. Casi iba a gritar. Pero no lo hizo, y empezó a suplicarle a Dios que le curase. Poco después, Dios hizo crecer un árbol con hojas muy grandes para protegerle del Sol. Con el tiempo se curaron sus heridas y Dios le ordenó que regresara a su país.

La escena que vio al volver a Ninova le sorprendió mucho. Porque su gente se había hecho musulmana. La desaparición de Jonás los había asustado así que decidieron arrepentirse. Más de cien mil personas tuvieron fe en Jonás. La verdad es que lo que salvó a Jonás del vientre del pez fue su sincero arrepentimiento.

Dios en el Corán — revelado muchos siglos después de Jonás—, cuando describe su situación dice:

De no haber sido porque era de los que glorificaban, habría permanecido en el vientre del pez hasta el día en el que todos serán devueltos a la vida“. (Surat As-saffat, 37:143-44)

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