Por Khurram J. Murad
Fue en el año 570, después de Jesús, cuando Muhammad nació en Meca, en lo que hoy es Arabia Saudí. Arabia, según todos los relatos, es la cuna del hombre.
Rodeada de colinas volcánicas rojas, negras y pardas, a unos 80 kilómetros al este del Mar Rojo se alza la ciudad de Meca. Era entonces una pequeña ciudad mercantil en la antigua ruta del incienso a través de la cual pasaron las grandes caravanas comerciales entre el sur y el norte.
Sin embargo, Meca era, y sigue siendo, importante por una razón completamente diferente. Porque ahí está la Ka’bah, la ‘primera Casa’ establecida para que la humanidad adorara a su único Dios.
Más de 1.000 años antes de que el Profeta Salomón construyera el templo en Jerusalén, su antepasado, el Profeta Ismael, levantó sus muros sobre unas bases muy antiguas. Cerca de la Ka’bah se encuentra el pozo llamado Zam Zam. Su origen, también, se remonta a la época del Profeta Abraham. Fue este pozo el que brotó milagrosamente para salvar la vida del niño Ismael. En palabras de la Biblia: “Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho. Y Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fue tirador de arco”. (Génesis 21:17 – 20)
O, como canta el salmista: “Pasando por el valle de Baca lo convierten en manantial, también las lluvias tempranas lo cubren de bendiciones”. (Salmos 84: 6)
Meca nunca tuvo, ni tiene ahora, ningún aliciente mundano para el asentamiento. Es un lugar estéril y desolado donde ni la hierba crece. Había manantiales y pozos de agua abundante cerca, en Taif, y a poca distancia en Medina. Pero fue la primera Casa de Dios, –arquitectónicamente un cubo ordinario, pero espiritual y civilizadamente el fundamento y la fuente más notables de vida– lo que la hizo sumamente importante, un lugar de atracción para personas de todo el mundo. Desde siempre, por lo tanto, Meca ha sido un gran centro de peregrinación.
Cuando Muhammad nació, los últimos guardianes de la Ka’bah, la tribu de los Quraysh, tenían más de 300 ídolos instalados dentro y alrededor de la Ka’bah para ser adorados como señores, dioses e intercesores, además del Dios Único. Muhammad era un descendiente directo del Profeta Abraham a través del Profeta Ismael. Pertenecía al clan económicamente pobre pero políticamente fuerte y noble de los Banu Hashim, de la tribu de los Quraysh. Como guardianes de la Ka’bah, la Casa de Dios y el centro de peregrinación para toda Arabia, los Quraysh tenían mayor dignidad y poder que cualquier otra tribu. Hashim tenía el alto cargo de cobrar los impuestos y proporcionar a los peregrinos agua y comida.
Muhammad nació huérfano. Su padre, Abdullah, murió antes de que él naciera. Su madre, Aminah, falleció cuando tenía solo seis años. Doblemente huérfano, su abuelo, Abdul-Muttalib, lo tomó bajo su cuidado. Sin embargo, sólo dos años después, el niño huérfano fue despojado de su abuelo, dejándolo bajo la tutela de su tío, Abu Talib.
Después de su nacimiento, el niño fue enviado al desierto para ser amamantado y destetado y para pasar parte de su infancia entre una de las tribus beduinas, Bani Sa’d ibn Bakr, que vivían al sureste de Meca. Esta era la costumbre de todas las familias importantes de Meca.
A medida que Muhammad crecía, para ganarse la vida pastoreaba ovejas y cabras, como han hecho la mayoría de los Profetas. Su tío y guardián, Abu Talib, también lo llevó junto con él en sus viajes con las caravanas comerciales a la zona de Siria. De esta forma adquirió experiencia en el comercio. Debido a su gran honestidad y diligencia y a la perspicacia que demostró en el comercio, pronto le pidieron que se hiciera cargo de la mercancía de otras personas, es decir, de aquellos que no podían viajar por sí mismos, para que comerciara en su nombre.
A la edad de 25 años, Muhammad se casó con una señora llamada Jadiya. Viuda, Jadiya era 15 años mayor que Muhammad. Ella era una rica comerciante de Meca, y Muhammad había manejado algunos de sus asuntos comerciales. Fue ella quien le propuso matrimonio. Jadiya fue la esposa de Muhammad y su mejor amiga y compañera toda su vida hasta su muerte, 25 años después. Dio a luz seis hijos, de los cuales sobrevivieron cuatro hijas.
Hasta que cumplió 40 años, Muhammad llevó una vida sin incidentes. Lo que lo diferenciaba de sus compatriotas era su absoluta veracidad, confiabilidad e integridad, su sentido de la justicia y su compasión hacia los pobres, oprimidos y maltratados, así como su rechazo total a adorar a cualquier ídolo o hacer cualquier acto inmoral. Fue popularmente conocido por estas cualidades. Al-Amin, el Digno de confianza, el Honesto, al-Sadiq, el Verdadero, eran los apodos en los labios de todo el mundo para Muhammad, que en sí significa el Alabado.
A una edad muy temprana, Muhammad se unió entusiasmado a un pacto de caballería para el establecimiento de la justicia y la protección de los débiles y los oprimidos, hecho por ciertos jefes de los Quraysh. Tomó parte en el juramento en el cual todos juraron que de ese momento en adelante se mantendrían unidos como un solo hombre junto al oprimido contra el opresor hasta que se hiciera justicia, tanto si los oprimidos eran alguien de los Quraysh o alguien que hubiera venido del extranjero.
En los años posteriores, en Madinah, Muhammad solía decir: “Yo estaba presente en la casa de ‘Abdullah Ibn Jud`an en tan excelente pacto que no cambiaría mi parte en él por una manada de camellos rojos, y si ahora, en el Islam, fuera convocado a un pacto similar, con gusto accedería”.
Un testimonio del carácter de Muhammad fue dado por su esposa Jadiya, cuando ella lo consoló en el momento en que la primera revelación vino a él. Dijo más tarde: “Temo por mi vida”. Ella respondió: “No tienes nada que temer. Dios no permitirá que sufras ninguna humillación, porque eres bueno con los tuyos, dices la verdad, ayudas a quien está en necesidad, eres generoso con los huéspedes y apoyas las causas justas”.
La sabiduría de Muhammad también era reconocida por todos. Una vez, mientras reparaban la Ka’bah, varios clanes de los Quraysh se pelearon violentamente por quién debía tener el honor de colocar la Piedra Negra en su lugar. Cuando estaban a punto de desenfundar sus espadas e ir a la guerra, nombraron al Profeta su árbitro y les trajo paz. Colocó la Piedra Negra sobre su capa y pidió a todos los jefes de clan que sostuvieran sus bordes y la elevaran, y luego colocaron la Piedra Negra en el lugar designado con sus propias manos.
Fuente: Tomado del autor ¿Quién es Muhammad?