Originally posted 2018-11-07 09:58:31.
Hablemos sobre el equilibrio y el orden natural que hay en la existencia y en todo lo que conocemos como universo.
Toda criatura tiene una forma natural que se extiende más allá de sus contornos físicos para llegar a la zona del comportamiento. Y toda criatura tiene también una función definida en el proceso de la existencia, actuando de manera única e indispensable a la hora de mantener el equilibrio y la armonía en su propio ámbito y, por extensión, en todo el universo. Y como esto se aplica a todo lo que existe, debe ser válido también para los seres humanos. Nosotros tenemos una forma particular de comportamiento que tiene una función específica en el proceso de la creación. ¿Cómo es posible que todo lo que existe parece conocer intrínsecamente su forma y su función excepto los seres humanos que parecen estar sumidos en la confusión? Es como si hubiésemos traspasado los límites de nuestra propia forma, perdiendo el contacto con la misma y quedándonos sin saber cuál es nuestra función. De no ser este el caso, en el ámbito de la existencia humana habría el mismo equilibrio ecológico que en el resto de las esferas de la existencia, pero es evidente que no es este el caso. ¿Cuál es pues nuestro patrón natural? ¿Cuál es nuestro papel? ¿Cómo podemos averiguarlo?
Un orden natural y un equilibrio
Como ya hemos visto, dondequiera que nos fijemos en el universo descubriremos que existe un orden natural y un equilibrio y que todo juega su papel a la hora de mantener esta forma de existir. Es un orden dinámico y fluido, con un movimiento continuo y el consiguiente reajuste de fuerzas externas e internas. Y en todo esto, el ser humano y lo que hace es lo único que parece ser estridente y disonante. Otra cuestión que se pone de manifiesto cuando nos fijamos en los fenómenos naturales, es que todo está determinado; no existe la posibilidad de elegir. Una estrella no tiene más remedio que comportarse de esa manera. Los planetas no pueden elegir la órbita. Lo mismo se aplica al mundo mineral, vegetal y animal que están en la superfice de la tierra. Un narciso no puede convertirse en una rosa. Un asno no puede transformarse en un caballo.
Cada criatura está limitada
Cada criatura está limitada y definida por lo que es, está obligada a ser lo que es. Y el equilibrio universal se mantiene gracias a cada criatura y cada forma de ser particular. Todo se somete al orden universal y juega su propio papel para preservarlo; el hombre es el único caso que parece ser la excepción de la regla. Pero es precisamente en esta contradicción aparente donde se encuentra la indicación de nuestro papel en la existencia.
Es un hecho evidente que no hay nada ‘fortuito’ en la existencia. Lo que hemos comentado ha sido demostrado por las investigaciones más recientes en todas las ramas de la ciencia: cada organismo, cada forma, cada partícula, por minúscula que sea, afecta a la totalidad del entorno. Decir pues que, en el caso del ser humano, se alteró esta ley universal o que de repente “se estropeó el asunto”, es absolutamente inconcebible. Es más bien justo lo contrario: esta capacidad de ir en contra del orden natural de las cosas es lo que contiene la clave del propósito de la existencia humana. Nuestro papel en la existencia es poder elegir entre reconocer, someterse y desempeñar nuestro papel en el sostenimiento del orden y el equilibrio natural del universo o ir en su contra y alterarlo.