Moisés habló con Dios en el Monte Sinaí y Jesús se retiró a ayunar y meditar cuarenta días al desierto para estar con su Señor y vencer al demonio.
El maestro y sello de los Profetas, Muhammad, subía cada año a la cueva, en la cumbre de la montaña de la Luz, y en ella le reveló nuestro Señor el Corán.
Es cierto que la verdadera naturaleza del ser humano se activa y se revitaliza cuando la Naturaleza del mundo, en su orden divino, se alinea con la naturaleza primordial de la identidad, del yo, o más bien al revés, cuando el pensamiento, la respiración, el latido del corazón, la intención y la acción están en un estado de calma y armonía que no causa discordancia alguna con la naturaleza, pues tanto la materia y la energía del hombre como la del mundo natural y todas sus manifestaciones (la montaña, el mar, la fuente, el árbol, el desierto, el día, la noche, las estaciones, y los ciclos de la vida) son pruebas de los Nombres y Atributos divinos. La discordancia es del ego.
La civilización humana, con sus ciudades, comercio, construcción, agricultura, artefactos y complejas estructuras sociales, legales y de gobierno ha tenido fases de mayor y mejor alineamiento con el orden natural, y otras de disrupción, corrupción y destrucción de la tierra y del orden primigenio, como la época en la que nos ha tocado vivir.
La justicia y la equidad son los indicadores de una sociedad sana. La injusticia, la depredación y el engaño son síntomas de una sociedad en decadencia.
En todas las épocas históricas, desde la antigüedad hasta nuestros días, han existido hombres y mujeres que han encontrado su propia naturaleza auténtica: sus voces han resonado con la claridad de la inteligencia, la elocuencia de la razón, la belleza sublime del amor, una honestidad auténtica y sus vidas han servido de modelo, de referencia y de inspiración.
La complejidad de nuestro tiempo, en el que la especie humana ha acelerado el desarrollo de la ingeniería, los medios de comunicación y sistemas de información con continuos inventos, con nuevos medios técnicos, cada vez más sofisticados, aplicados a todas las esferas de la actividad humana, quizá pueda percibirse, como un distanciamiento cada vez mayor de la condición natural y del equilibrio original, como barreras cada vez más espesas que nos separan de la armonía con nuestro origen y con nuestra verdadera razón de ser. Y ciertamente lo son.
Sin embargo, el avión que sostiene en el aire a varios cientos de pasajeros y sus equipajes, la conversación entre amigos o familiares, viéndose y escuchándose con perfecta nitidez a miles de kilómetros de distancia en la pantalla de un minúsculo artefacto que se sujeta en la mano, o el pago de una transacción con un leve toque de una tarjeta mágica, por citar sólo algunos “milagros” que ya son normales en nuestra vida cotidiana, son motivos de asombro y causas de gratitud. Verdaderamente se nos han dado dones prodigiosos, tenemos genios que salen de lámparas maravillosas y nos conceden nuestros deseos sin esfuerzo por nuestra parte. Estos dones señalan a la grandeza de la criatura humana en la creación, su preeminencia y también nos muestran la responsabilidad que recae sobre nuestros hombros. Todas las criaturas vivas y las inertes de la tierra, de los mares y de los cielos están sometidas a nuestra voluntad y disponibles para nuestro uso y beneficio. Siempre ha sido así.
Los medios y artefactos que la civilización humana ha desarrollado son signos portentosos de la capacidad del hombre, otorgada por su Creador, son en sí mismos manifestaciones de la gracia divina con nosotros.
Ahora, como en tiempos antiguos, es la ilusión que se apega a las formas, y la ilusión más poderosa es la propia forma, el ego, la que construye las barreras y la que corrompe y desvía de un sendero recto. Es el ego el que teje una red de mentiras para impedirnos tener éxito. El engreimiento, la arrogancia, el miedo, la cobardía, la envidia, la codicia y otras pasiones y emociones negativas son sus herramientas.
Cuando lo que prevalece en nosotros son la humildad, la honestidad, la gratitud, la compasión, la pureza de intención y la equidad en nuestros tratos y transacciones, entonces ningún artificio, ningún sistema tecnológico, por complejo que sea, ningún entramado de información o mecanismo de comunicación o herramienta auxiliar en las transacciones comerciales es impedimento para mantener la conciencia limpia y nuestro estado de ánimo en armonía con la naturaleza primordial.