Era diciembre del año 1999, comenzaban mis vacaciones en la universidad, y decidí viajar a Sudáfrica a visitar a mi novia, que vivía allí. Un día mientras iba por la calle, pues me gustaba mucho caminar, me encontré con una pareja de musulmanes de aspecto majestuoso. Me llamaban la atención sus blancas barbas y sus chilabas y la cortesía que tenían entre ellos, aunque realmente no sabía qué era lo que me llamaba la atención. Pasado el momento no le di mayor importancia, terminaron mis vacaciones y retorné a mi país para continuar mis estudios en la universidad.
En las siguientes vacaciones volví a ir a Sudáfrica. Un día salí a pasear por la montaña a media tarde, cuando a mitad de camino escuché el Adhan (llamada a la oración). No sabía lo que era ni de dónde provenía, pero causaba algo en mí que me gustaba aún sin poder explicarlo. Seguí caminando y al volver a casa me puse a pensar en qué habría sido aquello que tanto me había llamado la atención. Pasó el tiempo, un mes aproximadamente, cuando una mañana, muy temprano (sobre el tiempo del fayr) tuve que acompañar a una amiga a la universidad y al abrir la ventana de mi habitación escuché aquello que tanto había llamado mi atención tiempo atrás. Me preguntaba con el vello de mi cuerpo erizado sin saber de qué, qué era, de dónde venía aquello que escuchaba. Traté de averiguarlo, pero era complicado de explicárselo a la gente.
Nuevamente retorné a Chile para terminar mi carrera, con la intención esta vez de regresar a Sudáfrica y emprender un negocio allí. Para aquel entonces la relación con mi novia había terminado, lo único que me movía a ir a Sudáfrica era crear un negocio. Conseguí un socio sudafricano y empecé a desarrollar el producto.
Trabajé muy duro, recuerdo que en ese año aplacé tres veces mi visa. Llegó el final del año y tuvimos problemas con la empresa, por lo que decidimos ponerle final y volverme a Chile. Mientras esperaba mi vuelo una amiga chileno-sudafricana me invitó a pasar el último mes de estancia en Sudáfrica en su casa. Un día me invitaron a una fiesta de disfraces, para la que yo no tenía disfraz ninguno. Mi amiga apareció con una chilaba y unas babuchas que su marido había traído de Marruecos, como recuerdo, y me dijo que me lo pusiera. Yo le respondí que cómo iba a ponerme eso. Me armé de valor y me lo puse, es más, me puse incluso una especie de turbante. Me subí en el coche y fui a buscar a la chica que me había invitado, con la sorpresa de que ella no estaba disfrazada. Le dije que me lo quitaría, pero ella me respondió que me quedaba bien. Eran las 2 y teníamos que irnos a casa, cuando al salir a la calle me encontré, junto a la casa, un grupo de musulmanes, con sus chilabas y turbantes. Me quedé estupefacto, no sabía dónde meterme, totalmente avergonzado, pero tenía que pasar por delante de ellos para llegar a mi coche. Al hacerlo con la cabeza gacha, me dijeron: Assalamu alaikum. Me lo dijeron todos, hasta que uno de ellos, en español me preguntó: ¿A dónde vas? Entonces, lleno de vergüenza, les pedí disculpas por lo que llevaba puesto. Ellos me preguntaron de dónde venía y qué estaba haciendo. Yo les pregunté por lo que ellos estaban haciendo, a lo que me respondieron que estaban recitando Corán. En ese momento ocurrió algo en mí que hizo que de manera espontánea les pidiera que recitaran algo para mí. Me hicieron entrar en un salón en el que todos me miraban como algo ocurrido sin explicación.
En ese momento uno de los hombres empezó a recitar Corán. No puedo explicar lo que ocurrió, pero en ese momento, lo único que quería era estar con ellos, el tiempo no importaba. Mi amiga me dijo que teníamos que irnos, por lo que les pedí que me esperaran mientras la acercaba a su casa. Volví y estuvimos hasta bien entrada la madrugada.
Transcurrió una semana de continuas visitas. Definitivamente, yo quería eso que ellos tenían. El siguiente sábado vino a mi casa un hombre musulmán, que me preguntó si quería hacerme musulmán, a lo que yo, sin duda alguna, le dije que sí, que eso era lo que yo quería, que quería ser como ellos. Me explicó la manera de hacer gusul y después de hacerlo nos fuimos. Paramos en una mezquita a hacer el salat de ‘asr, que hice siguiendo sus movimientos. Al terminar la oración nos dirigimos a la mezquita en la que me haría musulmán.
Al entrar había un grupo de hombres sentados unos enfrente de otros, pero en especial había un hombre que llamaba mucho mi atención. No podía dejar de observarlo. Me senté detrás del todo y lo seguí observando.
Al terminar el discurso preguntó por el hombre que se iba a hacer musulmán, se produjo un silencio y me llevaron delante de este hombre, que me cogió la mano y me tomó la Shahada.
Doy gracias a Allah por la guía y la misericordia que pone en los corazones de aquellos hombres que son musulmanes y de los que aún no lo saben.
Mi reflexión es que mucha gente está extraviada en este mundo, pero es Allah subhanahu wa ta’ala quien guía el camino de su esclavo.