Originally posted 2018-11-01 13:45:55.
El caso de los seres humanos es el único en el que parece contradecirse la armonía que mantiene el orden en el universo.
Los humanos corren de un lado para otro, tanto en la superficie como en las profundidades de la tierra, causando estragos, alterando el equilibrio natural, masacrando cantidades ingentes de otras criaturas, esquilmando los recursos naturales, envenenando zonas enteras del planeta, atacándose unos a otros con una ira sin precedentes en la historia, y así ad nauseam. Y está ocurriendo en nuestros días con una frecuencia, un ensañamiento y una velocidad cada vez mayores. El motivo es que, a la gran mayoría de la especie humana, sólo parece interesarle la satisfacción egoísta de los apetitos de ese niño terco y obstinado que llevan en su interior creyendo erróneamente que no existe otro objetivo. La verdad es que están totalmente fuera de control.
Y sin embargo, este ‘yo’ irrefrenable no es la única faceta del ser humano y todas las personas tienen otro instrumento con el que enfrentarse a la existencia: la preclara facultad del intelecto. El intelecto es el medio que permite debilitar el dominio de la tiranía autoimpuesta. En este contexto, el intelecto no significa la capacidad de recoger, almacenar y reproducir la información que comparten los seres humanos, sino más bien la capacidad de ver las situaciones tal y como son, la facultad de discriminar con claridad entre lo beneficioso y lo perjudicial. El intelecto es lo que nos permite percibir la ley universal, armónica y equilibrada que actúa en el universo y con la que parecemos estar, al menos en apariencia y en la mayor parte de los casos, en un cierto desacuerdo. El intelecto es lo que nos permite ver que somos mucho más que esa forma del ‘yo’ infantil y que tenemos que representar un papel que va más allá de la mera satisfacción de nuestros apetitos.
Cuando contemplamos la creación, es fácil ver que cada criatura, cada átomo interviene de forma definitiva en el proceso creativo. La dependencia mutua entre las partículas, las células, los organismos y los sistemas, es un hecho admitido en nuestros días en todos los campos de la investigación científica. Esto significa que la forma de una cosa no está limitada por su contorno físico sino que va más allá y se extiende por el entorno que la rodea. Por ejemplo, un planeta es algo más que una masa que flota en el espacio. Produce y afecta al mismo tiempo al complejo conjunto de fuerzas que actúan sobre los demás cuerpos de ese mismo sistema. Esto mismo se aplica a todo lo que existe, sin que importe el tamaño ni la naturaleza.
Tomemos el gato como ejemplo. Puedes fijarte en el aspecto físico de un gato y decir: “Esto es un gato”. Pero si lo piensas un instante, descubrirás que su ‘gatunidad’ va más allá del cuerpo animal que estás considerando. Parte tan definitoria de un gato como su cola y sus bigotes lo es también su forma peculiar de limpiarse y acicalarse, sus meticulosos hábitos alimenticios, la forma de ocultar sus excreciones, la manera característica en que se mueve, se sienta y se tumba para descansar, el ronrroneo que expresa satisfacción, la manera en la que arquea el lomo y pone los pelos de punta cuando se siente amenazado, su absoluta inmovilidad cuando acecha una presa, la manera en la que juega con ésta. Estas características son tan esenciales como el aspecto físico. Si no se dan, es que el gato tiene algún defecto. Si seguimos reflexionando sobre la forma del gato, es evidente también que tiene un papel a la hora de mantener el equilibrio natural cuando caza ratones y otras pequeñas criaturas contribuyendo de esta manera a mantener la armonía de todo el universo.