Ishaq, hijo de Ibrahim
El Sol del mediodía brillaba en el cielo. El Profeta Abraham estaba cansado después de predicar un sermón y se sentó delante de su casa pensando en su hijo Ismael que había dejado a lo lejos. ¡Qué pruebas tan difíciles habían superado juntos! Había abandonado a su esposa e hijo en el desierto, más tarde el sueño del sacrificio, luego el carnero enviado por Dios y la Fiesta…
Abraham llevaba el Amor Divino, una fe ciega y mucho respeto en su alma. Aunque todas las noches las pasaba venerando a Dios, pensaba que no podía realizar Su alabanza y proclamar Su santidad lo suficiente porque ¡eran tantos los dones que Dios les daba! Recordó a su hijo otra vez. Ismael tenía un lugar especial en el corazón de su padre.
En este momento, tres ángeles bajaron del cielo con forma humana. Tenían unos rostros preciosos. Eran Gabriel (Yibril), Miguel (Mika’il) y Rafael (Israfil). Habían venido para visitar a Abraham y derrotar al pueblo de Lot.
Caminaban silenciosamente. Cuando tuvieron de frente a Abraham se pararon. Los miró pero no pudo reconocerlos. Los ángeles le saludaron. Se levantó y les saludó con una sonrisa también. Les invitó a su casa. Había algo muy raro en sus caras; entraron en la casa. Abraham fue a hablar con su esposa Sara después de hacerles sentar. Sara había envejecido mucho pero aún llevaba la luz de la fe en sus ojos. Abraham dijo:
— Tenemos tres invitados.
— ¡Dales la bienvenida! ¿De dónde vienen y quiénes son?
— No lo sé. Puede que vengan de lejos aunque sus ropas se parecen a las nuestras. ¿Tenemos algo para comer?
— No tenemos comida suficiente. Hay medio cordero frito pero sacrifica una ternera y fríela. Son extranjeros y no tienen comida, ni animales para montar. Es obvio que son pobres o son viajeros. Supongo que tienen mucha hambre.
Poco después, la comida estaba preparada. Sara puso la carne frita en el centro de la mesa y se fue. Abraham invitó los huéspedes a la mesa. Se sentaron juntos pero los extranjeros no comían nada. Abraham se desconcertó mucho. No sabía quiénes eran y pensó que podían ser personas de mala voluntad. No comprendió por qué motivo no comían. Tenían actitudes misteriosas.
Los ángeles sabían lo que pensaba Abraham. Dijeron sonriendo:
— ¡No tengas miedo! Somos ángeles. No comemos nada pues no necesitamos alimentos. Estamos aquí para darte una buena nueva. Tendrás un hijo que se llamará Isaac (Ishaq). Es un Profeta. Isaac tendrá un hijo también, que se llamará Jacob. Un Profeta también.
Sara se conmovió mucho, no sabía qué decir. Gritó golpeando sus mejillas con las manos:
— Soy muy vieja, mi marido también. ¿Cómo podemos tener un hijo a nuestra edad?
— Es el mandato de Dios. ¡No te sorprendas! ¡La misericordia y la abundancia de Dios están con vosotros!
Dios regalaría un hijo a Sara porque tenía obediencia, paciencia y fidelidad. Este hijo sería hermano de Ismael. Le consolaría en su tristeza de ser estéril. ¡Había deseado tanto darle un hijo a su marido!, pero no había podido concebirlo.
Tenía pena por no haber dado un hijo a su marido y por eso lo había casado con su sirvienta Hayar y tuvieron uno, Ismael. Pero ahora Ismael y su madre Hayar estaban muy lejos. Les echaba muchísimo de menos. Su destino era tener paciencia ante todas las dificultades. Por fin, Dios le dio la buena noticia de un hijo. El nacimiento de Isaac era un milagro.
El Profeta Isaac creció rodeado del cariño de su padre. Su casa era una casa sagrada porque siempre los ángeles les visitaban y Dios otorgaba revelaciones a su padre. Su sangre estaba llena de la Sabiduría Divina. Por fin, Dios le hizo Su mensajero.
El Profeta Isaac consagró su vida a llamar a la gente al recto camino de Dios. Era como su padre Abraham y su hermano mayor Ismael. Hubo muchos Profetas procedentes de su descendencia. La buena nueva del nacimiento de Jacob fue dada por los ángeles. El Profeta José, el Profeta Moisés, el Profeta Jesús, el Profeta Juan y el Profeta Zacarías son descendientes del Profeta Isaac.