Por: Wahiduddin Khan
Todos los profetas que vinieron a este mundo tenían una misión idéntica; enseñaron que la vida del hombre sobre la tierra no era más que una ínfima parte de su vida eterna. En este mundo eran puestos a prueba. El premio o el castigo vendría en el próximo. Después de la muerte, si hubiera seguido el camino del Señor, encontrarían su morada eterna en el cielo. Pero quien se alejara de él se hundiría directamente en el infierno. Su condena sería eterna. Esta fue la realidad de la vida enseñada por todos y cada uno de los Profetas.
Adán fue el primer hombre en la tierra y también el primer profeta. Fue sucedido por una larga línea de profetas hasta el tiempo de Muhámmad. En total, ha habido en torno a 124.000 mensajeros de Dios. Aparecieron en lugares diferentes y entre diferentes pueblos, predicando la palabra de Dios y exhortando a la gente a vivir con el temor de Él. Sin embargo, muy pocos de aquellos a los que se dirigieron se mostraron dispuestos a renunciar a su aparente libertad por el bien de Dios.
Pocas personas, por ejemplo, siguieron el profeta Yahya (Juan el Bautista) y murió como mártir. Cuando Lot salió de su pueblo, sólo dos de sus hijas le acompañaron. Según el Antiguo Testamento, sólo ocho personas entraron en el arca junto con Noé. Cuando Abraham dejó su país natal, Irak, las únicas personas que le acompañaron fueron su esposa Sara y su sobrino Lot, a pesar de que posteriormente se unieron sus dos hijos, Ismael e Isaac. Incluso después de un gran esfuerzo misionero por parte de Jesús, los sacerdotes y las autoridades religiosas que escucharon sus enseñanzas no le siguieron, e incluso sus doce compañeros lo abandonaron temporalmente en el momento de la verdad.
Este fue el triste destino de la mayoría de los profetas. Los lazos de parientes y amigos a veces trajeron, a los más afortunados, un puñado de seguidores, pero en la mayoría de los casos, los profetas fueron obligados, por la falta de atención y la falta de sensibilidad de los que les rodeaban, a vivir sus vidas en soledad y persecución. Este verso del Corán resume muy acertadamente las actitudes comunes a la Profecía a lo largo de la historia de la humanidad:
¡Qué pena de siervos! No había mensajero que les llegara del que no se burlaran. (Yasin 36:30)
Qué extraordinario es, entonces, que a los profetas es a quienes menor importancia histórica se les ha dado. La historia ha narrado totalmente la vida de reyes y soldados, pero la vida de ni un solo profeta se ha merecido entrar en los anales de la historia. Aristóteles (384-322 aC), que nació mil años después del profeta Moisés, ni siquiera le conocía con el nombre de Moisés. La razón no es difícil de encontrar: la mayoría de los profetas fueron rechazados por sus pueblos; sus casas fueron demolidas; fueron tratados como parias de la sociedad; parecían tan poco importantes que no se consideró necesario siquiera hacer cualquier mención de ellos.
¿Por qué fueron los profetas tratados de esta manera?
Sólo había una razón para ello, y ésta era su crítica de las prácticas actuales, en especial de las autoridades religiosas establecidas, el sacerdocio. La gente ama ser alabada y detesta ser criticada. Los profetas expusieron la diferencia entre el bien y el mal, sin comprometer a sus pueblos.
Fueron persistentes al señalar los fallos en las creencias y acciones de las personas. En consecuencia, las personas se volvieron contra ellos. Si los profetas hubieran enseñado aquello que todo el mundo quería oír, nunca hubieran sido tratados de esta manera.
Aunque este fue el destino de la mayoría de los profetas, algunos de ellos se salvaron, siendo José, Salomón y David nombres que inmediatamente vienen a la mente. Sin embargo, el poder y el prestigio que adquirieron estos profetas no fue debido a la popularidad de sus enseñanzas; si no que tenían un origen totalmente independiente.
David era un joven soldado del ejército de los hijos de Israel bajo el rey Saúl, durante el tiempo en que los israelitas y los filisteos lucharon entre ellos. En el ejército de los filisteos estaba el gigante Goliat. Este era un luchador muy poderoso y nadie estaba preparado para la batalla con él. El rey Saúl entonces anunció que daría a su hija en matrimonio a quien matara a Goliat. David se adelantó, desafió al gigante, y lo mató. De esta manera se convirtió en el yerno del Rey de Israel. En una posterior guerra, tanto el rey Saúl como su heredero murieron en la batalla y David fue coronado Rey de Israel. Salomón era el hijo de David, y le sucedió en el trono. En cuanto a José, que fue dotado por Dios con la capacidad de interpretar los sueños, el Rey de Egipto, impresionado por su habilidad, le confió los asuntos de estado. Pero el rey seguía siendo jefe de Estado y él y sus súbditos continuaron en su religión pagana.
Este tratamiento hostil dado a los profetas a lo largo de los siglos privó a la gente de la verdadera guía y, lo que es aún más grave, hizo imposible la preservación de las Escrituras y las enseñanzas de los profetas. Sólo los seguidores de un profeta pueden preservar sus enseñanzas después de él; pero los profetas o bien no tenían seguidores, o eran tan pocos que eran incapaces de hacer frente a los retos de la sociedad y a la preservación de las Sagradas Escrituras.
El conocimiento de Dios es eterno. Él ve el futuro al igual que el pasado y era consciente, antes del envío de los profetas, de que este sería el destino de la raza humana. De modo que había decretado que él pondría remedio a esta situación al final de la era profética, enviando a su enviado especial para el mundo: un profeta cuya misión sería no sólo predicar la religión, sino también sobresalir por encima de todos los demás en la tierra. Se le concedería auxilio especial de Dios, lo que le permitiría convencer a su pueblo de someterse a la verdad. Dios lo mantendría en la tierra hasta que hubiera rectificado las perversiones de la sociedad que le rodeaba. El propio poder de Dios ayudaría al profeta a vencer a sus enemigos. De esta manera se estableció la verdadera religión sobre bases sólidas y la Palabra de Dios se perpetuó, como se dice en la Biblia, “porque la tierra estará llena del conocimiento de la gloria de Dios, como las aguas cubren el mar”.
Las traducciones y adiciones han llevado a día de hoy la Biblia muy lejos del original. Pero todavía mantiene varias referencias a la venida del profeta Muhámmad. Si uno estudia la Biblia objetivamente, encontrará algunas referencias que no se pueden aplicar a ninguna otra persona. El propósito de la misión del profeta Jesús era anunciar al mundo, y a la nación judía en particular, la venida del profeta final. El “Nuevo Testamento” al que se refería era, en verdad, el Islam, ya que marcó el final de la hegemonía religiosa judía e hizo resaltar a los hijos de Ismael como los verdaderos destinatarios de la palabra de Dios. Por lo tanto, elevó al profeta Muhámmad.
El Profeta Jesús vino al mundo seiscientos años antes que el último de los Profetas. En una referencia a Jesús, el Corán dice lo siguiente:
“Y cuando dijo Isa, hijo de Maryam: ¡Hijos de Israel! Yo soy el mensajero de Allah para vosotros, para confirmar la Torá que había antes de mí y para anunciar a un mensajero que ha de venir después de mí cuyo nombre es Ahmad”. (As-Saff 61: 6)
Las palabras “Ahmad” y “Muhámmad” tienen el mismo significado: el elogiado. En el Evangelio de Bernabé el nombre del profeta que ha de venir se da con bastante claridad como Muhámmad. Pero ya que consideran que el Evangelio de Bernabé es apócrifo, no consideramos adecuado citar esa fuente. Ni siquiera podemos estar seguros de que Jesús, en su profecía, se refiriera a Ahmad o Muhámmad. Lo más probable es que utilizara una palabra con el mismo significado que estos nombres.
En su biografía del Profeta, Ibn Hisham cita al historiador Muhammad Ibn Ishaq, la fuente más auténtica en la vida del profeta, diciendo que cuando Jesús habló en su lengua materna la palabra que usó para referirse a la venida del profeta era “Munhamann”, que significa “el alabado”. Esta denominación tradicionalmente aceptada probablemente fue transmitida a él por los cristianos palestinos que habían estado bajo el dominio islámico. Cuando la Biblia fue traducida al griego, la palabra se convirtió en “Paráclito”.
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Fuente: Tomado de Muhammad un profeta para toda la humanidad del autor.