Todo comenzó en el verano del 97. Yo tenía 17 años y salía con mis compañeros del Instituto, en el emblemático barrio del Albaicín. Esa tarde soleada, me apetecía ir a casa andando. Pero un sonido cambió mis planes. A la altura de la calle Elvira, algo llamó mi atención, era un cante, una llamada… la verdad es que no sabía bien lo que era, pero estremeció mi corazón. Esa voz profunda, salía de un pequeño local, me asomé y vi muchos libros en árabe y otros que no conocía, entonces, un señor sumamente educado se acercó a mí, Sidi Abdelhasib Castiñeira, y me preguntó qué buscaba, a lo que yo respondí: “No busco nada, sólo que me llamó la atención ese cante”. Entonces me explicó que no era un cante, sino el adhan (la llamada a la oración). A continuación le pregunté: “¿Oración para qué?”. Él me dijo que era uno de los pilares del Islam; más confuso todavía pregunté qué era el Islam. Antes de contestarme, me pidió unos minutos, pues tenía que ir a rezar. Esperé sentado, leyendo un libro que él me ofreció, que hablaba del Islam. Pasados unos minutos regresó, y empezó a contarme qué era el Islam y en qué consistían sus pilares. Cada palabra que me iba diciendo se iba grabando en mi cabeza, todo lo que me contaba era algo tan lógico y a la vez tan ético y sencillo, que me cautivó. Me regaló el libro que estaba leyendo y otros más. Entonces, este atento hombre se despidió con un “As salamu alaikum” y me fui a casa.
Cuando llegué a casa comí y me fui a mi cuarto rápidamente a leer. Los libros eran fascinantes, hablaban de profetas tales como: Sayyiduna Adam, Nuh, Yusuf… Y saltó la chispa, empecé a leer sobre el profeta Isa, cómo decía que no es el hijo de Dios, sino un profeta más, el profeta con el sello de la bondad, era lo que a lo largo de mi infancia yo siempre pensé: “¡Dios no tiene hijos!”.
Al cabo de los días, regresé a ese local, ¡con un folio lleno de preguntas!, buscando al señor de la otra vez, y ahí estaba él. Me respondió a todas y cada una de las preguntas que le hice, me invitó a regresar al día siguiente, diciéndome, que habría chicos de mi edad, y acepté.
Me fui a casa deseando volver. Al día siguiente aparecí por allí, y, efectivamente, había chicos de mi edad, de hecho, me presentaron a uno de ellos llamado Yusuf, con el que empecé una amistad que perdura hasta el día de hoy. En los días posteriores, seguí empapándome más y más del Islam y fui conociendo a más gente. Únicamente me hizo falta una semana, desde que escuché ese Adhan, para darme cuenta de que lo que realmente quería era abrazar el Islam, y así fue; un viernes tras la oración del jumua tomé mi shahada de la mano de Sidi Muhammad Jairuddin Guijar. Fue un día inolvidable. Todo el mundo empezó a darme la enhorabuena, a darme abrazos, regalos… sentía que ese era mi sitio, me sentía como en mi casa. También aquel día, me invitaron a comer con un hombre formidable, extraordinario… y con un sin fin de cualidades más, Maulana Muhammad Wasani, que Allah le bendiga y le de paz, del cual aprendí muchísimo. Entre él y el hermano Yusuf, me enseñaron a hacer el salat, a leer en árabe… en fin, todo lo que un buen musulmán debe de hacer.
Recuerdo cuando llegué a casa y le dije a mi madre: “Mamá, me he hecho musulmán, así que no me pongas de comer cerdo”. Su contestación fue: “Bueno, vale, como quieras…”. No se lo tomó nada en serio, pensó que era otra de mis bromas, o algo pasajero. Pero en casa, al darse cuenta de que todo era verdad e iba muy enserio, no se lo tomaron muy bien. Me preguntaron qué necesidad tenía yo de seguir ninguna religión, a lo que yo contesté: “Mi mayor necesidad es estar agradecido por todo lo que tengo, esta manera de vivir que he elegido es la que me hace ser feliz, y a Dios le pido con toda mi alma, que toda mi familia en un futuro abrace el Islam, a lo que ella me contestó que eso no pasaría nunca.
Bien, pues el 11 de Mayo del 2013 (31 yumada 1434), en la Mezquita Mayor de Granada, sucedió algo que cambió esa frase y que estaba esperando desde que tomé el Islam hace 16 años; mi madre, Rukaya Muñoz, hizo la shahada. Aquel día fue el mejor regalo que Allah me ha podido dar, intentaría explicarlo, pero ni el mejor poeta, ni el mejor pintor podría expresar lo que sintió mi corazón en ese momento. Al terminar la shahada de mi madre, lancé al aire tres Allahu Akbar, con todas mis fuerzas y alegría, sin poder contenerme, nos abrazamos y no puede evitar llorar como un niño pequeño. Ella me miró a los ojos y me dijo: “Alhamdulillah, ahora lo entiendo todo”.
*Yusuf Fernández, reside hoy día en Madrid. Es Osteópata en activo, y trabaja a su vez con medicina tradicional china, técnicas con ventosas y otras terapias alternativas, trata muy diversas patologías y disfunciones, centrado en el bienestar y el equilibrio de la persona.