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Mon, 14 Oct 2024

El camino de uno, el camino de todos

El camino de todos

Esta es la historia de cómo un grupo de amigos eligió el camino del Islam.

En el Nombre de Allah, Aquel cuya Misericordia se extiende a todas Sus criaturas, tanto  aquellas que rechazan lo evidente como aquellas que lo aceptan.
Alabado sea Aquel que posee los atributos de perfección y creó el mundo como manifestación de Sus Bellos Nombres.
Esta es la historia –sintetizada en dos momentos− de una de estas  manifestaciones: Al Hadi (El Que Guía) iba a cambiar la vida de doce de mis amigos,  pasando de la oscura estrechez de la  ignorancia a la oxigenada luminosidad de la Verdad.

Octubre de 2008

Una de las mayores desgracias a las que conduce el constante bombardeo de los valores alienantes de este sistema, despojado por completo de ruhaniya  (alimento espiritual), es que los jóvenes tengan que renunciar a los proyectos en pos de la forma de vida que sienten les va a hacer felices, y todo ello por miedo al fracaso, por temor a salirse fuera de los límites establecidos como lo normal por gente que están  muy lejos de ser normales ellos mismos.
Sólo les queda el camino  unidireccional  más frio, deshumanizado, ofensivo e insípido que jamás el hombre transitó. Visualiza en tu mente una persona caminando por el desierto, a la que a cada  dos kilómetros alguien con un vaso de agua la espera para refrescarla. Una vez caminados, vuelve a ponerse en marcha; al momento vuelve a estar agotado y vuelve a necesitar agua, a los dos kilómetros vuelve de nuevo a beber y así sucesivamente hasta que ya no hay nadie para servirle agua; esto no cuadra. Se da cuenta de que ha caminado demasiado y de que ya no puede volver atrás…  En esas pésimas condiciones  se da cuenta de que su viaje es un  completo sinsentido. Sólo caminar para beber  y solo beber para seguir caminando… Esta sencilla alegoría puede ilustrar la situación existencial  de  miles de millones de seres humanos. Jamás la dimensión del  proyecto humano fue tan artificialmente menguada y jamás el ser humano se convenció  tanto a sí mismo de una mentira.
El rechazo total  a esta situación marcaría el comienzo de esta historia que dura hasta hoy día.
Tras acabar selectividad y matricularme en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, tomé la decisión  más importante de mi vida: respirar.
Brighton, una ciudad costera del sur de Inglaterra y  un lugar no precisamente conocido por evocar espiritualidad, sería el primer escenario de algo que jamás imagine que pudiera ocurrir.
Tras tres o cuatro meses asentado en Brighton recibí la visita de dos amigos de origen dominicano  que  deciden correr suerte y aprovechar mi estancia para venir y buscar algo nuevo en esa tierra.
Todos mis amigos eran musulmanes, así que para ellos el contacto con una nueva cultura empezó desde el primer día.  Verse rodeados de jóvenes como ellos, que desprendían alegría y ganas de vivir por cada poro de su cuerpo pero que al mismo tiempo rechazaban “la decrepitud  moral de la juventud occidental”, tuvo un gran impacto en sus sistemas de valores. Sin embargo, a la confusión inicial le siguió un sentimiento de  atracción irresistible ante tal perfecto equilibrio entre lo banal y lo transcendental: “Ni vicio ni monacato”, “ni frio ni caliente”,  simplemente templado.
El interés  y las preguntas aumentaron, las horas de sueño disminuyeron y la luz de esa pequeña habitación en el centro de la ciudad permanecía encendida hasta altas horas de la madrugada.
Varias semanas más tarde decidieron acompañarme a la oración congregacional del viernes; esa experiencia les marcó definitivamente.
Recordando ese día, Jorge, ahora Abu Bakr, describe la tranquilidad  que sintió: “La luz me molestaba, sentía una balsa de aceite en el pecho…”.
Willy recuerda ese mismo sentimiento: “Al salir, me empezó a llamar mi hermana, pero no quería hablar…, sentía mucha tranquilidad”.
Si no fue ese mismo día, muy poco después sus corazones aceptarían Islam.
Durante el siguiente año y medio la vida de otros diez amigos darían también un giro de 360 grados.
Una noche, ya de vuelta en España, salí a dar una vuelta. Como en casi todos los barrios de  Madrid, frecuentar siempre el mismo parque es casi una ley. Esa noche David y una amiga mantenían una de esas charlas existenciales que surgen en los círculos de jóvenes cuando alguien quiere impresionar a la chica que le gusta o cuando la frivolidad  de los temas se hace insoportable. Como se espera de alguien sometido a un riguroso programa educativo con objetivos claramente delineados, el naturalismo envolvía el enfoque que daba a ciertos temas. Una vez a solas con David le dije: “Dame tres días y te prometo que vas a cambiar de opinión”.
Este sería el comienzo de largas conversaciones dentro de un viejo Citroën Saxo,  en el  que poco a poco las noches transcurrían y realmente este mundo y sus millones de espejismos iban desapareciendo ante nuestros ojos. Durante aquellas noches en el desierto sólo se veía arena, pero su alma ya no necesitaba falsos oasis.
Pasaron las horas y el sinsentido existencial  dejó de golpear su  corazón,  sus gritos dejaron de oírse y cada célula del cuerpo se relajó. Escuchando atentamente  podías oír  como la respiración de ese nuevo elegido era testigo de que  todo su ser estaba por fin  en paz. En paz tras diecinueve años, durante los cuales, el único sentimiento de tranquilidad era  un híbrido de  satisfacción intermitente  de alguno de los apetitos del alma pasional, un bucle sin fin en el que sólo la muerte marca el fin del proceso. Cuatro años después, al preguntar a Yasin –David−  acerca de esta etapa inicial dice: “Fue una etapa de liberación total, directamente empecé a vivir”.
Tendría que ver la misma escena repetida en  diez personas diferentes  para comprender que saber quién eres, de dónde vienes, por qué eres y a dónde vas es condición sine qua non para sentir verdadera tranquilidad, de igual manera que el bebé necesita el regazo de su madre para dejar de llorar.

Noche 27 de Ramadán de 2009

Mientras conducía hacia la Mezquita, sentía que David –Yasin− debía venir conmigo. Por miedo a sobrecargarle luché contra ese sentimiento hasta que mi prudencia se rindió y di media vuelta. Llegué al  parque en el que solíamos quedar y para mi sorpresa estaba justo allí, pudiendo estar en cualquier otro sitio, justo en ese momento y en ese lugar. Fue entonces cuando entendí las palabras de Allah: “(…) sabe que a Allah pertenece lo que hay en el Cielo y en la Tierra”; cuando decide algo tan solo dice: “Sé y es”.
Sería más tarde, cuando al finalizar una oración voluntaria y sin darme tiempo a levantarme, un hermano se acercó y  me dijo: “Tu dúa se ha cumplido…”. El sello que pondría fin a esa bendita noche sería su  profesión de fe  y la voz de unos treinta hombres haciendo takbir.
Uno a uno, el resto de los chicos aceptarían el Islam; pero  llevaría muchas páginas relatar la historia de cada uno de ellos. Hoy día, años más tarde, cuando  mis hermanos recuerdan esa etapa,  palabras como “apertura, liberación, perdón, paz, satisfacción, plenitud, entendimiento, amor y  emoción” salen constantemente de sus bocas, y es que jamás dos frases pudieron expresar tanto: “LA ILAHA IL-LA ALLAH, MUHAMMAD RASULU ALLAH”.

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