La virgen Maria

Cómo llegué a abrazar el Islam

abrazar el islam

Uno de mis mayores obstáculos en ese proceso a través del cual empecé a “descristianizarme” y abrazar el Islam fue abandonar la adoración de ídolos y la creencia en la Trinidad

Ash – hadu – an – la – ilaha – il – lalah – ua ash – hadu – ana – Muhammadan – rasul – Allah”. Con estas benditas palabras, repitiéndolas convenientemente, ante la atenta mirada de los asistentes a ese yuma’a, tras Hayy Adbes-Salam Gutiérrez, me hice musulmán y abracé el Islam en el verano de 2009.

Yo he crecido en un ambiente cristiano, aunque mis padres siempre me han dado la libertad de elegir lo que considerara que era lo mejor para mí; aun así la influencia y la atmósfera que respiraba se encontraba dentro de esos parámetros cristianos.

¿Por qué soy musulmán? A esta pregunta, por muchas vueltas que le he dado, siempre llego a la misma respuesta: …que era mi DECRETO, y todos los días le doy gracias a Allah (subhanahu wa ta’ala) por ello.

Allah (subhanahu wa ta’ala) me mostró Islam por una de sus puertas más bellas, una mujer. Y aunque actualmente ya no comparta mi vida con esta persona, es de reconocimiento hacer esta mención sobre ella.

Uno de mis mayores obstáculos en ese proceso a través del cual empecé a “descristianizarme” y abrazar el Islam fue abandonar la adoración de ídolos y la creencia en la Trinidad. Yo no era de ir a misas los domingos ni de tener anhelos por las fiestas y acontecimientos cristianos, pero era a lo que mi corazón estaba en esos momentos agarrado. Mi interior se sumió en un caos, y me hacía preguntas, de modo que empecé a darme cuenta de que aquella idea de Dios y sus “intermediarios” eran una farsa.

Además, a este caos había que sumarle las más que consabidas barreras que tu entorno familiar y los amigos te ponen cuando empiezan a ver que hay algo en ti que está cambiando, que ya no “les sigues el rollo”, y que empiezas a hacerte demasiadas preguntas “que no tendrías por qué hacerte”, ni preocuparte de buscar respuestas a las mismas, debiendo tu vida seguir el patrón que desde el principio está asignado en esta sociedad en la que vivimos.

Haciendo caso omiso −me había llegado la información de que en una mezquita del centro de Sevilla se impartían los lunes unas clases especiales para aquellas personas que están introduciéndose en el Islam, o bien tienen curiosidad y buscan información− empecé a acudir los lunes a las que allí se impartían.

Fue a partir de ese instante cuando Allah empezó a retirarme poco a poco ese velo de la ignorancia y a clarificar mis ideas. Cada día que pasaba, mi corazón anhelaba más y más, ávido de conocer la verdad, y los lunes eran como un oasis donde recibía respuestas a esas preguntas que me hacía. Aquí surge la figura que considero importantísima y fundamental para toda aquella persona que abraza el Islam: el maestro y su transmisión. Es como cuando plantas un árbol, que si está bien arraigado y lo riegas periódicamente, crece fuerte y alto y da sus frutos, mientras que si no ocurre esto, en un futuro crecerá débil y puede caer preso de cualquier contratiempo que el destino le tenga guardado.

Aún recuerdo con alegría mis primeras memorizaciones de los movimientos de los rakats, empezar a aprender el Fatiha, los nombres de las oraciones, las primeras suras de Corán; cómo hacer wudu, todo ese ritual de preparación que te hace posteriormente ponerte ante Allah (subhanahu wa ta’ala) para adorarle como es debido.

Precisamente el salat, uno de los pilares fundamentales, me desmontó toda la confusión que tenía en la cabeza de cómo adorar a Dios correctamente. Esa intimidad entre tú y tu Creador, sin mediar nada ni nadie, destruyó todo lo que artificialmente el hombre o la sociedad me habían enseñado como adoración a Dios.

Actualmente me encuentro en esta maravillosa comunidad de musulmanes que radica en Sevilla, dando gracias a Allah por ese cambio que en su día Él tenía preparado para mí, para mi vida, y que me cambió la forma de vivirla, comprenderla y afrontarla.

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