La virgen Maria
Mon, 14 Oct 2024

La Fraternidad entre los emigrantes y Ansar como una integración social única

Integración social

Los emigrantes recibieron los mismos derechos que los nativos (Ansaris) y todos ellos coexistían en paz, amor, hermandad e integración

Por: Equipo editorial

Hoy en día, la Organización de las Naciones Unidas celebra el Día Internacional de los Emigrantes e insta a todo el mundo a garantizar la igualdad de derechos de los emigrantes y mejorar sus condiciones de vida. De hecho, los emigrantes de todo el mundo han pasado por un sufrimiento terrible y rara vez obtienen un derecho, sea igual o diferente.

A pesar de los esfuerzos de las Naciones Unidas y los demás agentes humanitarios para garantizar una vida mejor para los emigrantes apenas encontramos una experiencia totalmente exitosa, de integración pacífica en cualquier parte del mundo o en cualquier punto del tiempo.

Los habitantes de un lugar, por lo general, no suelen recibir a los inmigrantes o los recién llegados muy bien por temor a compartir la tierra, la riqueza y los recursos naturales con ellos. En tales casos, estos entablan una lucha con el fin de mantener la tierra, la riqueza y los recursos para su beneficio exclusivo.

El Islam tiene una brillante experiencia en este campo, donde los aborígenes contuvieron su egoísmo innato y en su lugar mostraron un sorprendente altruismo y una generosidad sin igual. Los migrantes recibieron los mismos derechos que los nativos y todos ellos coexistieron en paz, amor y hermandad.

Objeto de persecución religiosa extrema, los primeros musulmanes de La Meca (emigrantes) tuvieron que emigrar a Medina para mantener su vida y su religión. Los primeros musulmanes de Medina (Ansaris, “soporte” o “ayudantes” en español) dieron una cálida bienvenida y ofrecieron refugio a sus hermanos que dejaron todo lo que tenían por el bien de Dios.

El profeta Muhámmad estableció una hermandad entre los emigrantes y los Ansar basada en el apoyo económico y psicológico mutuo y el principio de ser herederos entre sí, a su vez dirigido a proporcionar a los emigrantes apoyo para superar el dolor y la miseria que se sentían a causa de la nostalgia[1].

De acuerdo con esta hermandad, los líderes de cada familia en Medina apoyarían a una familia musulmana de Meca con alojamiento, compartirían sus pertenencias con ellos y trabajarían juntos.

Una vez más, gracias a esta hermandad, se estableció una gran caridad social. Los emigrantes se salvaron de los problemas económicos. Cada musulmán de Medina dio la mitad de sus bienes a su hermano de Meca. Estos disfrutaron mostrando el cenit de la hospitalidad, la generosidad, la gratitud y la humanidad a sus hermanos inmigrantes.

Sin embargo, esto no fue suficiente para los musulmanes de Medina. Así, llegaron a la presencia del Profeta e hicieron esta propuesta, que mostraron cuán abnegados eran:

“¡Oh Mensajero de Dios! ¡Reparte nuestros palmerales entre nosotros y nuestros hermanos inmigrantes! ”

Sin embargo, los emigrantes no habían trabajado en la agricultura hasta entonces. Ellos no sabían mucho sobre la agricultura. Por lo tanto, el Profeta rechazó la propuesta de los Ansaris a favor de los emigrantes.

A continuación, los musulmanes de Medina encontraron una solución a ello. Los emigrantes que no estaban familiarizados con la agricultura solo se ocuparían del riego y cuidado, y ellos (ansar) cultivarían. La cosecha se repartiría por igual. El Profeta aceptó esta propuesta[2].

Los emigrantes no quedaron ociosos pensando que “los hermanos Ansari nos dieron alojamiento y subsistencia”. Esto estaría en contradicción con la enseñanza de su creencia. Cada uno de ellos hicieron todo lo posible con el fin de no ser una carga para nadie.

El ejemplo más notable de esto es Abdur-Rahman Ibn Awf (uno de los diez Compañeros que fueron prometidas a entrar en el Cielo) en respuesta a la propuesta Saad ibn Ar-Rabi.

“Soy el más rico de todos los musulmanes de Medina en términos de dinero. La mitad de mi riqueza es para ti!” —Le dijo Saad Ibn ar-Rabi` a Abdur-Rahman bin` Awf, que fueron hermanados.

La respuesta del gran compañero Abdur-Rahman ibn Awf fue tan notable como la propuesta: “¡Que Dios haga tu riqueza propicia para ti! No la necesito. El mayor favor que puedes hacerme es mostrarme el camino al mercado en el que haces la compra”[3].

A la mañana siguiente, Abdur-Rahman Ibn `Awf, fue llevado al bazar Qaynuqa, donde compró algunos productos como aceite y queso y comenzó a comerciar. Después de un rato obtuvo un ingreso razonable y posteriormente se convirtió en uno de los comerciantes más conocidos de Medina.

Muchos otros musulmanes de Meca encontraron trabajos apropiados para ellos y vivieron felices por su propio trabajo, como el compañero de Abdur-Rahman Ibn `Awf.

Dios, el Todopoderoso, alabó esta sinceridad única, la hospitalidad, la gratitud, la generosidad y el autosacrificio que los Ansaris mostraron hacia sus hermanos inmigrantes, declarándolo en los siguientes versos del Corán:

Para los emigrados pobres, los que se vieron forzados a dejar sus hogares y sus bienes en búsqueda del favor y de la aceptación de Allah y los que ayudaron a Allah y a Su mensajero. Esos son los sinceros.

Y los que antes que ellos se habían asentado en la casa (Medina) y en la creencia, aman a quienes emigraron a ellos y los prefieren a sí mismos, aún estando en extrema necesidad. El que está libre de su propia avaricia…Esos son los que tendrán éxito. (Al-Hashr 59: 8-9)

Para concluir, es bastante seguro decir que la fraternidad entre los emigrantes y los Ansaris fue una experiencia única de integración social. Puede verse como el primer y más exitoso caso de integración social en toda la historia. Nos damos cuenta de que los miembros de la primera comunidad musulmana y los de Medina eran iguales en dignidad y derechos y que toda persona tiene derecho a todos los derechos y libertades sin distinción alguna, en particular por motivos de raza, color u origen nacional.

[1] Ibn Saad, Tabaqat, V. 1, p. 238; Suhayli, Al-Rawdu’l-Unf, V. 2, p. 18

[2] Al-Bujari, Sahih, V. 3, p. 67

[3] Ibn Saad, Tabaqat, V. 3, p. 125.

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